El
Excelentísimo Señor Presidente, Jefe de Estado, el hombre al mando de la
nación, la placa 01 del gobierno, licenciado Danilo Medina, es simplemente
Danilo. La Vicepresidenta, doctora Margarita Cedeño de Fernández, es para
muchos Margarita, La Vice y en muchos casos hasta Margó. La magistrada fiscal
del Distrito Nacional pasó a ser Yeni Berenice y a la figura formal del
Procurador General de la República se le omite la solemnidad y se le llama Domínguez
Brito y a veces hasta Francisco. Ni hablemos del respeto que debe inspirar un
ex mandatario de una nación si al doctor Leonel Fernández le llaman desde
Leonelito hasta El Príncipe, por no abundar en detalles y dejarlo de ese
tamaño.
Esa
informalidad que nos acerca tanto y cobija un trato tan familiar como de amigos
íntimos, se le debe a Twitter. Millones de usuarios en línea, siguiendo a
grandes personalidades del medio político, jurídico, artístico, activistas,
periodistas nacionales e internacionales, con la libertad de enviar mensajes, a
veces con suerte interactuar con ellos y difundir información colocada por las
mismas estrellas en la red.
En el patio,
a nivel local, Twitter es el escenario de aquella cercanía con el pueblo y
también de muchos desaciertos. Desde las faltas ortográficas en un tuit de El
Cardenal, el fallo del primer tuit del jefe de la policía, una presentadora
engañada por un apuesto pero falso hombre, los chismes entre las mujeres del
medio y hasta los suspiros que roba El General del Amor. Todo colgado en las
redes, a la distancia de un click y visible para todo el que quiera leerlo.
Puede no
gustarle, puede negarse a usarlo pero hay que reconocer que Twitter se ha
convertido en un submundo útil pero igual dulcemente peligroso. Un diario de
vida que en cualquier momento puede hasta ser usado en su contra porque
refleja, en muchos de los casos, la esencia del ser y el desahogo de la
personalidad. Una herramienta fabulosa que ha demostrado con hechos el enorme
poder que tiene cuando se trata de convocar, de movilizar y de reivindicar
luchas.
Pero esa
peligrosa cercanía que nos pinta a los artistas y a los políticos tan
cotidianos y nuestros, que da la falsa sensación de familiaridad y que resulta
en ocasiones tan permisiva que raya en lo ofensivo, puede convertirse en un
arma de doble filo para seguidores y seguidos.
Un error tan
ortográfico como histórico y la distancia en términos de tiempo entre Francisco
del Rosario Sánchez y Juan Sánchez Ramírez puede costarle muy caro entre los
tuiteros, que somos, y me toca incluirme aquí, críticos ácidos por excelencia.
Pero en la misma medida, la soberbia y la prepotencia en mayúsculas no han sido
nunca las mejores amigas a la hora de responder un tuit donde debe reinar la
humildad y la diplomacia a un seguidor que aportó su voto para hacerla la
segunda persona al mando de una nación.
Recuerde que
todos fuimos Hi5, todos pasamos por Facebook y que la permanencia en Twitter no
se compra con seguidores fantasmas o “huevitos”. Se les debe el favor y el
agradecimiento a los seguidores que nos conceden su paciencia, tiempo y
dedicación desinteresada para leernos, retuitiar, soportar el lapsus de una
asistente perdida en el tiempo y la historia y la prepotencia innecesaria en
una respuesta poco diplomática e injusta a un seguidor que a fin de cuentas
todos sabemos que NO es su compadre. Apuesto mis valiosos seguidores a que la
diplomacia y la altura no le fallan si el tuit viniera de alguna cuenta
verificada. Bájele algo, mi vice! Así no, Margó!
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