Ante los detalles dicen que la intencion es lo que cuenta. Aunque a veces esa sana intención sirva de escudo a los olvidadizos, los descuidados o aquellos que carecen de creatividad cuando se trata de agradar, el esfuerzo y el empeño en quedar bien siempre se reconocen. Preparar una fiesta de cumpleaños siempre ha sido una manera muy bonita de hacer sentir querido e importante a quien suma un año de experiencias a su vida, pero cuando se trata de organizar una sorpresa, la intención vale por mil.
Hace tres semanas surgió en mi familia la idea de celebrar los 70 años de mi papá con una modesta reunión entre amigos cercanos a ritmo del merengue típico que tanto disfruta y que marca la esencia de todos sus dias. De manera ímplicita hicimos un pacto de discreción para lograr sorprenderlo y fue justo aquí cuando empezó la carrera.
Junto a mis hermanas, mi hermano y mami, aliados con el primer cómplice, Don Américo Mejía, nos embarcamos en la misión de sorprender a mi papá. Hacer la lista de invitados, hurgando en la memoria tantos amigos como se pueden hacer en nada menos que setenta años; ordenar la comida adecuada; comprar la bebida para los distintos gustos; coordinar con los músicos, que en su mayoría viven en el Cibao y que por lo general ocupan sus viernes tocando en lugares públicos; más el alquiler de las sillas, mesas, utensilios y personal para la fiesta. Salir airosos de la fiesta no era cosa sencilla.
Convocar amigos y organizar todo viviendo con el festejado fue todo un viacrucis, sobre todo cuando en la casa hay que cuidar que no escuchara por accidente cualquier conversación que le arrojara luces del plan; Insistir una y otra vez a los amigos en lo del factor sorpresa para evitar cualquier deslíz; recibir llamadas de personas que por lo general no hablan con mi mamá o conmigo, sin que nos delataran los nervios; Súmele a esas tareas, la más dificil de todas, mantener a un hombre adulto, curioso por naturaleza, inteligente y astuto como un zorro, totalmente ajeno de nuestras buenas intenciones. Sin contar con su inusual insistencia en no querer celebración y las puyas e indirectas a ver cual de todos flaqueaba y daba una versión distinta de los planes para ese día.
Celebrar los años en sí es motivo suficiente de regocijo, pero ser asaltado por seres queridos que acuden al llamado de la amistad con la intención noble de hacer esa noche aún más especial se convierte en el mejor regalo.
Lo que empezó como una modesta reunión terminó en una fiesta con más de cien amigos, rodeado de su Dulcita amada, sus hijos, sus diez nietos, casi todos los hermanos que viajaron desde el interior y seis acordeonistas que nos acompañaron esa noche como parte todos de una gran familia que celebraba la vida de mi papá. Hasta el cielo se unió a la fiesta y la luna junto a una tenue llovizna, a modo de regalo matizó la noche de gris para que hiciera juego con las dignas canas del festejado.
Armar toda la trama para dejar al cumpleañero con la boca abierta y los ojos mojados de la emoción, nos hizo sentir especial. Lejos de la sensación de que se agota la vida, nos llenó de vida y volvimos a ser adolescentes de 30, 40, 50 y hasta 70 años y más.
A pesar de lo complicado del proceso valió la pena hacerlo sentir tan querido por los verdaderos amigos de toda una vida y tan amado por una familia que guarda la intención de sorprenderlo por muchos años más. Bienvenidos sean tus primeros 70, papi!
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