Dicen que la naturaleza es caprichosa
y este año asi lo hemos confirmado. Enero empezó literalmente movido, con
temblores de tierra que nos pusieron a hablar del triangulo de la vida y que
lograron crear conciencia de la importancia de dormir con ropa. Cuando se
suponía que ya el fresquito del simbólico invierno de nuestro país era cosa del
pasado, en pleno febrero muchos ni siquiera encendimos el aire acondicionado.
En marzo, iniciando la primavera, el calor aún se asomaba tímidamente y con
cierta decencia. En abril, la Madre Naturaleza nos refrescó la memoria de lo
agobiante que es el calor en esta isla. No así mayo, que ha entrado tan
lluvioso como todos los años y con días tan calientes como frescos.
Pareciera que la naturaleza nos ha
hecho un favor con tantos meses de brisa fresca o que a partir de junio nos
pasará factura con un clima que promete ser intesamente caliente. Lo cierto es
que el cambiante estado parece decirnos a gritos que como planeta andamos mal y
que los cambios climáticos, lejos de favorecernos nos afectan a todos los seres
humanos.
Igual de generoso y largo como ha
sido el fresquito con nosotros, en esa misma medida vendrá el verano con sus
abanicos, con las altas facturas de electricidad por el uso prolongado de aires
acondicionados, con las playas abarrotadas, con las piscinas plasticas en medio
de las calles, con los infartos, con el yun yun y el frío frío y con las
añoranzas inútiles de que vuelvan los meses fríos, sin caer en cuenta que ahí
no mandamos nosotros. Somos peones de la naturaleza y en el afán de poder de
los seres humanos, hemos perdido de vista ese aspecto.
La reflexión sobre los cambios en el
ambiente ha tomado años y esfuerzo para que los habitantes de la tierra logren
entender mínimamente la importancia de cuidar el planeta. Documentales,
charlas, campañas de concientizacion, educación en las escuelas que habla de
los daños irreversibles al medio ambiente, el uso desmedido del agua, la
contaminación en sentido general, la deforestación, la importancia de cuidar
las selvas y el verde del planeta, y los efectos de la matanza de animales
alrededor del mundo con fines de utilizar sus pieles, pelaje, colmillos o como
simple y pura práctica cavernaria o de tiempos medievales.
Una tarea nada fácil, aquella de
lograr que se entienda que lo que tenemos hoy puede que no esté mañana. Y no es
para menos, porque todo apunta a que las agresiones al medio ambiente no tienen
que ver con estatus social, raza o color de píel. O al menos así se confirma
cuando se lee en la prensa que el Rey Juan Carlos, figura emblemática y de
respeto de la realeza, sufrió una lastimosa caída que le fracturó la cadera en
tres partes, porque al parecer las noticias y las campañas a favor del medio
ambiente no le llegan hasta el Palacio de la Zarzuela y a sus 74 años de edad decidió
salir de safari en Botsuana a cazar elefantes.
Por suerte, queda la reflexión
completa y Su Majestad ha confirmado la teoría de que nadie pasa con ficha, es
mas o menos lo que deja dicho la ley del karma, que habla de causa y efecto y
que puede ser fielmente aplicada a los humanos y la naturaleza. Sino pregúntele
a los elefantes en Africa, que han de estar muertos de risa mientras el Rey se
recupera en España de una fractura y de ser blanco de verguenza mundial.
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