Entre
despedidas de borrachos que duran una eternidad, gente que permanece atada a
relaciones disfuncionales, los muchos que evitan los viajes al aeropuerto y los
que se niegan a abrir los ojos ante la llegada del inminente y doloroso adiós,
nos pasamos la vida negados a despedirnos.
Ni
hablar de la muerte. Dicen que es lo único seguro en la vida y que está tan segura
que nos da toda una vida de ventaja. Todos lo sabemos de sobra, pero la
incertidumbre del cuándo le roba el sueño a muchos. A pesar de todo, nadie está
preparado para recibirla y todos la queremos lejos. Negados a irnos y a decir
adiós a los seres queridos.
Entre
café y el sol a media tarde, me contaba una amiga los detalles sobre su
matrimonio que había terminado en divorcio. Mientras me sobrecogía el asombro,
que una noticia de esta magnitud trae consigo y que no se espera de una pareja
casada por 8 años, después de un estable noviazgo por 4 mas, que compartían
cada fin de semana con los amigos y que nos recibían en su hogar entre
atenciones y trato exquisito. De la unión resultaron dos hijos hermosos que la
convirtieron a ella en una madre abnegada y a él en un padre protector y
proveedor de su familia. Daba gusto aquel despliegue de respeto, tolerancia y
aparente cariño que existía entre ellos y que despertaba la mejor de la envidia
entre los solteros del grupo.
Entre
mi sorpresa y el susto de que en cualquier momento, la mujer estallara en
llanto y me tocara manejar una crisis, me aclara que se siente bien y que está
satisfecha con su decisión porque tuvo el valor de retirarse a tiempo. Sin una
onza de miedo o arrepentimiento en sus ojos, me confiesa que avanzó tres pasos
y desde allí fue capaz de ver y aceptar que en aquella relación no habia amor,
sólo costumbre, que los años agravarían aquella falta y terminarían odiándose.
A mí, gratamente sorprendida y con un inexplicable orgullo que invadía mi corazón
sin permiso, no me quedó más que felicitarla y reflexionar entre sorbo y sorbo.
Es
tan dificil avanzar. Cerrar capítulos y dar vuelta a la página requiere tanto
valor cuando una relación llega al ocaso y cuando ya el nivel de intensidad
toca fondo. Cuando se agotan los temas, las reservas de ternura y cuando las
maripositas intrusas que hacen hogar en el estómago de los enamorados hace rato
decidieron alzar vuelo lejos de allí. Aceptar el final y rendirnos ante el
adiós es un acto igual de valiente como darle la bienvenida al amor y dejarlo
entrar en el corazón.
Así
como celebró su llegada, haga una fiesta de despedida y brinde por todo lo que
fue. No se mortifique por lo que pudo ser porque a final de cuentas, es como
dice Héctor Lavoe: “Todo tiene su final, nada dura para siempre”.
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