De adolescentes se
creen haber agotado todas las reservas de amor verdadero. Las películas, los
libros y los cuentos de hadas se han encargado de fijarnos la falsa idea,
especialmente a las mujeres, de que el primer amor es el inolvidable querer de toda
la vida. El estreno de una ilusión, el tímido apuro del primer beso y hasta la
afanosa y sin sentido primera discusión hacen que aquel torpe e inocente noviazgo
cobre importancia y sea recordado con cariño por muchos años más.
Sin embargo, son la
madurez, las experiencias y hasta la buena suerte del destino que se encargan
solitos de presentarnos la realidad del verdadero amor que dura toda la vida.
Un sentimiento más puro, más fino, más acabado, detallado, exquisito, capaz de
soportar los asaltos del tiempo con todas sus situaciones y carente de ánimo
para imponer condiciones.
Resulta chistoso, a
veces irónico y muchas decepcionante, para las que anhelan ser flechadas por
Cupido, ver películas de amor con dramas tan divorciados de la vida real y sin esperanza,
al menos cercana, de ser protagonistas de alguna historia rosada y perfecta,
sin saber que el amor del bueno, puede que tarde en llegar pero jamás falla en
su entrada.
A los veintiséis o
a los treinta y dos, en enero o en noviembre, tarde o temprano todos nos
dejamos seducir por sus encantos y nos sometemos sin resistir a la eterna luna
de miel de mirarse en los ojos del otro, de las manos que se buscan y encajan
perfecto, del cómodo abrazo protector, de los dulces besos que parecen haber nacido
desde siempre en su boca y los te amo que se dicen sin miedo porque se saben
correspondidos.
No hacen falta
años, sobran los días y poco importa el tiempo para quienes están destinados a
amarse desde el primer día y hasta siempre. Las pausas se vuelven insignificantes,
dejarse de ver resulta inútil, la distancia irrelevante y los pretextos
resultan baladíes cuando dos almas que nacen para estar juntas se vuelven a
encontrar. La chispa del amor verdadero se enciende como la primera vez, la
felicidad se asoma sin remedio y entonces los años, los días, el tiempo, las
pausas, la distancia y los pretextos despiertan, importan y juegan las cartas
para que dos corazones ausentes y fuera de forma se vuelvan a amar como los que
nunca se han ido, se valoren y se sigan amando.
Puede que el amor
de su vida le brinde la oportunidad de reencontrarlo pero puede que no le
permita el lujo de perderlo otra vez. Puede que soporte distancia y que supere
todas las pruebas, pero cuando el corazón dicta amar, lo mejor es obedecer y
jugar el más serio de los juegos de entregar sus sentimientos a quien las
maripositas en el estómago y el temblor en las rodillas le susurran que es el
indicado.
Cada quien guarda su historia de amor, los
dichosos la viven y los que esperan, no pierden el aliento de renacer entre
abrazos, besos y caricias. Si la tiene, disfrútela, atesórela, cuídela con
esmero y vuelva a enamorarse todos los días de su vida. Si aún no la tiene,
guarde sus esperanzas, sonría, disfrute el viaje y téngale paciencia al ocupado
Cupido. Cada uno de nosotros es merecedor de la más bella película de amor, digna
del más elevado de los premios.
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