Con el permiso
de los que protestan, del peregrino del Sur o el del Este, los que no pierden
las esperanzas en el sistema, los que apuestan a Danilo y Margarita y los
indiferentes para los que todo está bien y nada está mal, hoy me olvido de la
Reforma Fiscal, de la corrupción que nos arropa y que nos aterra, del trasiego
de drogas en la región, de las encuestas a destiempo con sus “sí o sí” y de la
delincuencia que a cada minuto nos roba un poco de la capacidad de asombro
entre tanta sangre y maldad. Hoy le doy el día libre a la dura realidad, cierro
los ojos, me suelto el pelo, disfruto la brisita que anuncia Navidad y hago
justamente lo que el clima me susurra al oído que haga.
Esa suave
brisa que no sabe de doble sueldo, que no se tortura repartiéndolo ni haciendo
malabares para lograr quedarse con algo de regalía entre deudas que duermen por
meses y la cena de Nochebuena. El rumor fresco que no exige 4 por ciento para
educación y que tampoco le importa si Industria y Comercio sube o baja los
combustibles. No entiende de economía y por eso le vale tres pitos saber dónde
está el dinero del hoyo fiscal y menos quién lo gastó. No entiende de modales y
entra a la cama sin preguntar ni pensar en pudor y como ladrón sin memoria
repite la hazaña cada noche en estos meses de frío Y de aquel desenfado con
que existe que le permite estar en todos lados sin estar en ninguno y que es
capaz de despertar la envidia del más bohemio errante que conoce todos los
rostros de cada uno de los bares de la ciudad.
Se sacaron
los abrigos y bufandas otra vez; el jengibre y el chocolate relevan al café y el
aire acondicionado y los abanicos han tomado un descanso de la pela de los
extensos meses del casi eterno verano. El calor se ha ido y con la llegada del frío se calman los ánimos, se disipa un poco el mal humor del que anda en la calle
manejando y cambia el semblante de bravura en la gente porque el sudor y el
caliente han dejado de ser un problema entre tantos.
Anochece más
temprano, se encienden las lucecitas y entre el parpadeo multicolor, el gris de
las noches frías y de vez en cuando la luna que le sigue el juego a los
enamorados obligan a echarse temprano a buscar el calorcito en la cama. Para
los que duermen acompañados la brisa dicta acurrucarse, para otros el clima
fresco de las noches busca refugio en un buen libro y para algunos la calidez
del tiempo en familia es el remedio perfecto.
El frío pone
de moda la nostalgia. Recordar tiempos de antes que siempre serán mejores y
reír como llenos de victoria de aquello que en algún momento nos hizo llorar o
que logró robarnos el sueño, aún conscientes en el fondo de que eventualmente
en alguna noche fría nos reiríamos de eso.
Me conformo
con el abrazo de una espalda que brinda calor y se entrega con la incertidumbre
de quien no se decide a besar; con un te amo sincero de mis hijos cuando les
doy las buenas noches; con el chocolate con trigo de Mami; las conversaciones
con mi Papá y el afecto y los tragos entre amigos mientras la brisita fresca que
sopla en el balcón me avisa que es tiempo de amar.
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