sábado, 24 de marzo de 2012

DE LIO EN LIO

Una tarjeta paga la otra, es la teoria de muchos cuando se trata de saldar deudas y quedar relativamente bien con los bancos. La cultura del lío es la manera de casi todos los dominicanos para sobrevivir con lo poco o mucho que mensualmente reciben. Muchos por necesidad, otros por falta de orientación y los más, por la mala costumbre de incurrir en gastos innecesarios y no poner en práctica aquello de estirar los pies hasta donde le alcance la sábana.

En líos somos expertos, las acrobacias financieras que realizamos dejarían con la boca abierta a cualquier especialista de Wall Street. La manera de buscársela del dominicano, con el cuchillo en la boca, deja corto al mismo Rambo. Aunque puede que las formas sean desacertadas o hasta insultantes para cualquier economista, son un reflejo de la misma crisis que golpea la economía en todos los niveles o quizás culpa de la sociedad que exige más de cada uno, pero lo cierto es que cuando la piña se pone agria, el ingenio del ser humano se pone a prueba y obliga a buscarle la vuelta a la situación.
Los bancos han de guardar muchas historias que dan testimonio de estas habilidades. Tan común como el arroz con habichuelas es la vieja práctica de adquirir un préstamo personal sólo para salir de los lios, con la excusa de que así sólo se le debe a un banco.
Esperar cobrar la quincena para pagar una tarjeta de crédito y de esa misma tarjeta volver a sacar el dinero para pagar otras cosas. Y ni hablar de aquellos que dias antes de ir al consulado americano a buscar visa, le dan una falsa agilidad a una cuenta de ahorros que nunca habian usado y que de repente guarda los miles de pesos de los primos, los hermanos y los amigos cercanos, solo para impresionar al cónsul.
Si de líos hablamos hay que quitarse el sombrero ante los prestamistas. Ellos sí saben de lo que hablo. Son la digna representación de un mal necesario, que no mata al apurado pero le extiende la agonía. Siempre presentes en las puertas o pasillos de las oficinas sacan de empeño al más angustiado cuando el mes corre lejos de la quincena y se presenta un problema. El malsabor lo deja el momento de pagar los fatídicos réditos.

Del otro lado de la moneda está el san, el método más efectivo para aquellos que no tienen el buen hábito de guardar dinero. No sé de otro país donde una persona paga para que le guarden su propio dinero y se lo devuelvan meses después, pero a la larga es la única forma de comprometer al que todo lo gasta. El san es perfecto para completar el pago del primer carrito, el arreglo de la casa, el viaje al exterior o hasta la anhelada liposucción.

La vida sería perfecta sin la necesidad de los líos pero la realidad es que existen, están ahí y conviven con nosotros, son una tentación que se hace irresistible y que si no se manejan pueden ahogarnos, robarnos la tranquilidad y en muchos casos terminar de manera trágica cuando algunos deciden quitarse la vida por problemas económicos.

Si ciertamente la vida no es perfecta, le aseguro que dormir tranquilo y caminar por las calles sin esquivar rostros y cobradores está muy cerca de la perfección. Mantengase lejos de los líos, aprenda a ser feliz con lo que tiene, basta con mirar al pasado y comparar su presente y le apuesto que el futuro le promete una sábana mas grande con qué arroparse.

EL INEVITABLE ENCUENTRO

La larga espera de nueve meses de embarazo lejos de marcar el final de una etapa es más bien el inicio de un hermoso ciclo de vida. El hecho de dar a luz es especial por sí solo, traemos al mundo una pequeña criatura que depende de la madre y que es literalmente una parte de nosotras desde el momento en que se concibió.
Pero la historia color rosa tambien tiene sus matices. Ya mucho se ha hablado de las noches que se hacen eternas cuando los pequeños aún no definen su horario de dormir; del sacrificio de la lactancia entre dolor de espalda y desvelos; de la fragilidad de una vida que requiere cuidados especiales y toda la delicadeza del mundo; pero dejando a un lado todas esas situaciones la realidad nos lleva a encontrarnos con la parte estética y los cambios físicos que sufrimos las mujeres al finalizar el embarazo.
Sin importar qué tan bendecida sea usted con el metabolismo más complaciente y diligente que pueda existir o aunque su figura le despierte envidia a la misma Barbie en persona, el embarazo graba su estampa como para recordarnos la hazaña divina de regalar la vida. Las que han parido saben de qué hablo y las que no, conocen de alguien o han sido testigos de dichos cambios.
El embarazo trae consigo una ilusión tras otra. Son nueve meses soñando con un bebé saludable y hermoso; fantaseando con la habitación perfecta y comprando ropa y zapatos que probablemente no alcance el tiempo para ponérselos. El mundo rosado empieza a adquirir colores reales cuando tras el parto te miras en un espejo y te das cuenta que sigues luciendo embarazada sin estarlo y que aquello de salir del hospital luciendo la figura de antes sólo se ve en las peliculas.
El inevitable encuentro con esa dura realidad cae como un balde de agua fría que si no se maneja hasta con cierta actitud jocosa es capaz de provocarle una depresión a la más alegre de todas.
Hay que estar preparadas para que le pregunten en la calle cuantos meses tiene, justamente con el bebé recién nacido en brazos; es común que en la fila del banco o el supermercado, la cajera le ceda el turno por su condición de embarazada; y si tiene hijos o sobrinos, cuente con sus ocurrencias que pondrán a prueba su sentido del humor cuando le aseguren y le discutan que usted tiene un bebé en su barriga.
Tras nueve meses en los que las libritas lucen hermosas, en los que la enorme panza se roba el show, tras el parto y con la alegría de una nueva vida llega tambien la lucha por combatir esas libras que de repente ya dejaron de ser graciosas y que ahora no lucen coquetas en lo absoluto.
El reto de recuperar la figura no es cosa facil. Requiere voluntad para después de nueve meses de desenfreno complaciendo el apetito voraz y los antojos de embarazada, aplicar un régimen alimenticio estricto para deshacernos de ese odioso sobrepeso. Por suerte, se tiene en brazos la ternura de un bebé recién nacido que como el olor a pan recién salido del horno antes de sentarnos a comer, resulta ser la mejor motivación para emprender lo que sea.

jueves, 1 de marzo de 2012

AMIGO DE LOS AÑOS

Los años pasan sin remedio alguno. A pesar del inmenso deseo, especialmente de las mujeres, de que el tiempo se detenga y las canas, las arrugas y las libras no pasen odiosa factura, los años ni siquiera bajan la marcha. Es más, me atrevo a afirmar que a medida que avanzan aceleran el paso sin disimulo.
La madurez llega de a poquito y sin avisar. A diferencia de la adolescencia, no hay una edad específica que marque ese momento en que dejas de ser una muchachita y te conviertes en una mujer, en una señora o en una doña y es precisamente eso lo que nos llena de incertidumbre y hace que nos agarre de golpe.
Dos situaciones en menos de una semana me han hecho pensar en eso. La primera fue toparme con un oso de peluche que me trajeron mis padres de Colombia en 1986, nada más y nada menos que hace 26 años. Colombo, como decidí llamarlo en aquel momento, me acompañó por mucho tiempo hasta que la edad de niña grande llegó y me obligó a cederlo a Jorge Miguel, mi primer sobrino y a quien hace 24 años no sólo ví nacer, sino que recuerdo con lucidez detalles de su nacimiento y de sus primeros meses de vida. Aunque justificándome un poco, la emoción en la familia de recibir al primer sobrino y primer nieto de mis padres, no era poca bulla. Entre una mezcla de nostalgia y alegría, como reencontrandome con un buen amigo, hoy 26 años después recibo a Colombo, quien tampoco se ha librado del paso del tiempo porque le faltan los ojos, la lengua y exhibe su pelaje notablemente maltratado.
La mañana del jueves, salgo de mi casa e intercambio un saludo cordial con Don Juan, dueño de un negocio ubicado en la esquina y que funciona allí desde que recuerdo. Crecí viendo a Don Juan como parte del barrio y para mí siempre fue, es y seguirá siendo Don Juan, por aquello de guardar respeto a los mayores. Con lo que nunca conté es que en esa carrera por el respeto y el “usted” iba yo a alcanzarlo y ese día lo descubrí, justamente cuando él me respondió el saludo con un “Como está usted, señora?”.
Otra vez justificándome, lo primero que pensé fue en la barriga enorme de 9 meses que exhibo y el aire de señora que conceden los embarazos; o quien sabe si el corte de pelo o el peinado no me favorecía; probablemente fruncía el ceño por el resplandor del sol; cualquier cosa menos admitir que ya Don Juan no me veía como la niñita que correteaba en la calle.
Aún consciente de que aquello estaba lejisimos de un insulto o una ofensa, todo lo contrario, aprecio el respeto, valoro la distancia cordial del usted bien puesto y entiendo que dispensar un usted, es sinónimo de educación, respeto y buenas costumbres. Pero confieso que asimilar aquello me tomó unos minutos largos de reflexión.
Maduramos sin darnos cuenta y como de un día para otro se nos pinta un semblante distinto. Por suerte existe el espejo y nos habla sin censura de cómo vamos evolucionando con los años. Nací en el 1980, camino rumbo a mis 32 y aunque las canas se asoman cuando falla el tinte, no le regalo a nadie 10 años de mi vida, ni siquiera negociaría un segundo de mis días. Cada uno de mis 32 tiene su encanto, su magia, sus fracasos y sus victorias que no las cambio por nada.
El paso del tiempo es un matrimonio sin divorcio. La vida no deja muchas opciones pero yo aquí les dejo dos, o vive amargado en su afán de buscar la eterna juventud o da la bienvenida al paso del tiempo, lo invita a dar el paseo con usted y termina haciendose amigo de los años. Yo me fui con la segunda.