domingo, 29 de julio de 2012

TAMBIEN SE VALE


Altagracia se despierta cada día a las 5:30 de la mañana a preparar desayuno a sus 3 hijos, a dejar la comida del mediodia lista para cuando los muchachos regresen encuentren algo de comer en casa, mientras enciende la bomba y se asegura que el agua suba al tinaco, entre un viaje y otro va despertando a cada uno con una extraña mezcla de dulzura y firmeza que la experiencia le ha concedido. Despide a los chicos que salen a la escuela, la universidad y al trabajo y allí empieza la faena de Altagracia, la madre soltera, para prepararse a salir a cumplir una jornada de 8 horas de trabajo. No sin antes dejar el mundo resuelto en la casa.

Como Altagracia son muchas las mujeres que han dedicado su vida, sus dias y su aliento a la complicada tarea de criar sus hijos sin la ayuda de un hombre o en muchos de los casos con la difusa figura de un padre ausente por elección. Si criar hijos es ya una labor dificil, requiere el doble de valentía emprender aquella misión sola, enfrentando los estigmas de una sociedad que condena a las madres solteras al fracaso y que condiciona el éxito de la crianza a sostener un matrimonio a toda costa en nombre de los hijos, sin saber que a quienes condenan es a los pequeños destinados a crecer en un hogar sin amor.

Ya sea a raíz de un divorcio, por la muerte del padre, por abandono o por simple elección de criar sus hijos sola, hoy en día es común saber de mujeres que por cual sea la circunstancia que les haya tocado, se han visto en la necesidad de madurar y hacer cara al único oficio que no trae instrucciones consigo, la maternidad.

Celebramos el Día de los Padres en nuestro país y si bien es cierto que la festividad queda injustamente rezagada ante la majestuosidad del Día de las Madres, especialmente para aquellos que como yo hemos tenido la dicha de tener un padre sinónimo de ejemplo impecable y dulzura, no pretendo robarle las luces a los hombres que han dicho sí a la paternidad responsable y que bajo cualquier circunstancia han hecho el esfuerzo por dar lo mejor de sí a sus hijos, pero hoy en lugar de dedicar mis lineas a ellos, les pido permiso para honrar a todas las madres que lo han hecho sola.

Sin ánimo de usurpar la importancia del rol de padre, la necesaria presencia del hombre en la vida de los hijos y clara de que las madres no somos padres, también se vale premiar la dedicación, el desprendimiento, la nobleza, la entrega desmedida, la valentía, el esfuerzo, la constancia, las lagrimas y las risas de las mujeres que la vida las ha obligado a guardar perfectamente la delicadeza de una rosa y la firmeza del espíritu en nombre de criar hombres y mujeres de bien.

Disponga el tiempo y el presupuesto para regalarse a usted misma lo que hace tanto tiempo viene postergando para darle prioridad a sus hijos. Celebre junto a ellos la oportunidad que le ha dado la vida de descubrir una entereza que usted misma desconocía. Feliz Día de los Padres para ustedes Madres!   

sábado, 28 de julio de 2012

CUIDADO CON EL EJEMPLO


Con apenas un año de nacido, mi hijo Rafael Eduardo era capaz de darle golpecitos a la güira con una destreza que nos dejaba perplejos a todos en la familia y que ante la presencia de cualquier visita se convertía en la atracción del momento. Entre risas, baile y a ritmo de guira, sin importar la sobriedad del visitante o la carga política del tema que se tratara en la sala de casa.

A los tres años había que bajarle un viejo acordeón que guardamos en casa como reliquia para que él jugara a sacarle notas. Todo apuntaba a que el muchacho le podría gustar la música o quizás nos estrenaríamos en la familia con un merenguero típico. Con el tiempo caí en cuenta de que aquella afinidad que demostraba, y que tanto nos gustaba, era el reflejo del entorno en el que mi hijo se ha criado y el patrón que ha observado en la figura de su abuelo. Mi familia y mi hogar son sinónimo de merengue de tierra adentro y ese ha sido precisamente el ejemplo de alegría con el que Rafael Eduardo ha ido creciendo.

El cuadro hace honor a la frase “Predicar con el ejemplo”. Tan desgastada y convertida en cliché, como en desuso en la práctica en estos tiempos. Como sociedad andamos lejos del buen ejemplo y así lo demuestran los hechos. Un joven de 18 años, estrangula a su pareja, una niña de 12, para impedir que los padres de ésta se la llevaran a vivir fuera del país. La tragedia es una crisis de principio a fin, contando el hecho de que dos niños fueran pareja y compartieran un compromiso tan serio y tan cargado como la convivencia; que la comunidad consintiera o ni siquiera se inmutara ante la situación; las razones tan grandes que llevaron a ese jovencito a quitarle la vida a una niña que había emprendido la ardua tarea de ser mujer sin siquiera conocerse a ella misma y cuando su cuerpo aún no se ha formado; que la falta de esperanzas haya empujado al joven a colgarse en el patio de su casa como la única salida posible a un problema y lo peor, que el suceso no pase de ser un funesto titular de un martes en los periódicos porque las tragedias ya nos tienen anestesiados.

El hecho no merece ni el enojo y de poco sirve ya la indignación y el lamento. Nada resuelve desearle el más ardiente de los infiernos al agresor o pensar en lo que pudo ser y no fue. El episodio llama a la reflexión profunda de todos nosotros como sociedad, a cuestionarnos cuál es el ejemplo que damos y qué aportamos a la colectividad, a no limitar la educación exclusivamente a los hogares y a revisar minuciosamente el mensaje que enviamos a los que vienen subiendo. 

Está claro que la mente perturbada del joven era un espejo de lo que somos, de lo que nos hemos convertido, de lo que vió en su entorno y de la peor cara que ha mostrado la humanidad en los últimos años, con el sexo precoz, los embarazos en adolescentes, el auge de los feminicidios, el drama del narcotráfico, lo atractivo del dinero facil, bautizados por la impunidad y traducidos en la degeneración de la sociedad.

Hagamos el esfuerzo honesto para que la sangre y la violencia no se vuelvan moda y para que la muerte no sea el modelo con el que van a subir los hijos de hoy. Cuidado con el ejemplo!

lunes, 16 de julio de 2012

MI LUTO, MI MIERCOLES, MI COMPROMISO


Entre los trágicos titulares que anuncian más muertes de mujeres en manos de sus parejas, la ciudad de Santo Domingo hizo un espacio y se vistió de luto el pasado miércoles. Aún entre las diferentes cifras de víctimas mortales que manejan la Procuraduría y los organismos feministas, la alarma se ha apoderado de los ciudadanos para gritar que de violencia ya estamos al tope.

Mi miércoles fue negro y asumí ese día de modo muy personal. Conozco del dolor de familias que han sufrido los feminicidios en carne propia y sé de hijos que les han arrebatado vilmente su derecho de crecer con su madre y en la mayoría de los casos, privados también del amor de un padre, porque el agresor termina con su propia vida. He conocido testimonios de mujeres sobrevivientes de violencia de género e intrafamiliar que se le han escapado de tablitas a la muerte y de la angustia que trae consigo vivir con el enemigo.

Ese día ví mujeres vestidas de negro y por primera vez el luto trajo a mí cierto aire de triunfalismo para robarme una sonrisa porque escasas veces la sociedad logra coincidir en sus reclamos y agrupar conciencias sin distinción de género, raza, estatus social o partido político. El día se vistió de negro a pesar del sofocante calor de temporada y por encima del pesimismo de algunos que para justificar quedarse de brazos cruzados alegan que una movilización frente al Congreso no va a resolver la crisis de tajo.

 Saberme expuesta, porque todas de una manera u otra lo estamos, a una tragedia de esta magnitud me mueve a solidarizarme y hacer los esfuerzos que sean necesarios para desarraigarnos de la cultura machista y agresora que se sigue anotando víctimas de sangre. 

Como ciudadana, como madre y como mujer me sobran motivos para reclamar el cese de la violencia, pero también asumir el compromiso de educar en casa a mi hijo de 3 años como un caballero que sabrá que a las mujeres no se les toca y que no son su propiedad; y hacer a mi hija una mujer consciente de que aguante no es amor y que tiene tantos e iguales derechos como el hombre.

A riesgo de pecar de ilusa y de soñadora, no pierdo las esperanzas de entre todos, dejar a la próxima generación una sociedad menos sangrienta y con niveles más altos de educación. Si bien no estamos cerca de lograrlo, con un reclamo de un 4 por ciento para educación que parece desvanecerse y perder intensidad en su amarillo y aunque los artistas y las infames figuras del jet set local insistan en hacerme perder el ánimo, no lo van a lograr. Me tranquiliza saberme de una generación de hombres y mujeres que alzan la voz, que estremecen las redes sociales y que acude a llamados civiles movidos por nobles causas. 

Mientras tanto, desde mi columna agotaré las letras que sean necesarias, acogeré el llamado de la sociedad y seguiré educando en amor abanderada fielmente al viejo refrán que reza “Tanto da la gota en la piedra, que termina por romperla”.

lunes, 9 de julio de 2012

AÑORANZAS DE UN APAGON

Vivimos una cultura de apagones. La crisis energética es parte ya de nuestra esencia; la eterna búsqueda de una salida a la incómoda situación hace mucho que se convirtió en la historia de nunca acabar. Sin importar partido político al mando, ni Jefe de Estado de turno o cambios de administración, seguimos viviendo literalmente a oscuras y sin esperanza alguna de ver la luz.

Privilegiados algunos que no sienten el azote de los kilométricos apagones, porque la realidad es que hay sectores donde la energía apenas se deja ver. Puede que las quejas por el mal estado de las calles, la falta de agua, la especulación en los precios del pollo o el ruido en la Zona Colonial tengan su momento, pero la súplica por la falta de luz es una constante.

Por suerte, la risa, el buen humor y la asombrosa capacidad del dominicano de sacar el lado jocoso a todo, nos acompaña siempre y nos aligera la carga del camino. Somos los únicos en el mundo que llegamos a un colmado y nos vale confirmar que la cerveza esté fría y que no haya sacrificado su vestido de novia por culpa de un apagón; donde un ascensor se detiene entre dos pisos y ni nos inmutamos porque sabemos de antemano de qué se trata; el único lugar donde celebramos con aplausos cada vez que reestablecen el servicio, como si se tratara de un favor de los dioses.

Pasadas las siete de la noche del miércoles pasado, el funesto estruendo de un transformador que al parecer colapsó se coló entre la brisa que entraba por la ventana y nos dejó a oscuras. Entre el gris de la tarde que agonizaba y los ojos de la luna que timidamente encendían sus lentejuelas, huyéndole al calor psicológico que traen consigo los apagones, salimos al balcón a pasar la oscuridad e inevitablemente me remonté a principio de los 90, entre la Guerra del Golfo, los intensos apagones y las largas filas para comprar combustible. 

Sin embargo, sin esfuerzo alguno deseché esa parte y recordé el desenfado de la vida de aquel entonces cuando los niños de aquel tiempo, que ya somos los hombres y mujeres de hoy, aprovechábamos el apagón para jugar en la calle; la tertulia de los viejos que sacaban las mecedoras a la acera; eché de menos el té de jagua que hacía a la luz de las velas mi mamá; la solidaridad del vecino que compartía el hielo de su nevera con los demás; recordé el radio de pilas de papi sonando “Cien canciones y un millón de recuerdos”; las historias y las risas cargadas de inocencia entre mis amigos, que para aquella época era lo único que rompía el silencio de las noches oscuras del barrio. 

Distante a aquellos recuerdos, esa noche en mi balcón el ruido de los carros opacaba la risa de los escasos niños que jugaban en las aceras; los viejos ya no son los de antes y los que están ya no salen; el calor le negó el permiso al té de jagua y en lugar de la melodiosa voz de Fabio Taveras o Bolivar Javier presentando “Percal” de Bienvenido Granda, un carro aceleraba mientras sonaba a todo volumen un dembow de moda. Justo ahí entendí que aquella de los noventa no era la verdadera crisis y entonces eché de menos un apagón.