martes, 18 de agosto de 2015

BUSCANDO A GRIS Y UN CHIN DE PIEDAD EN LA GENTE

Gris salió de mi casa en su paseo habitual, junto a mis otros tres perros, para hacer lo suyo después de comer en la noche y yo apostando a la costumbre ni siquiera lo despedí. Al poco tiempo regresaron todos a reclamar con ladridos que abrieran la puerta de la casa, a excepción de Gris. Pasaron horas sin saber de él, me fui a la cama con la esperanza de que regresara como en otras ocasiones cuando se quedaba jugando con otros perros del sector, pero la espera se ha vuelto larga para convertirse ya en angustia que se ahoga en llanto.


Bajo pleno sol de media mañana emprendí sola la búsqueda de Gris, un perro mestizo que mis hijos y yo adoptamos hace más de un año a través de Doggie House y quien se convirtió en parte importante de nosotros, un miembro más de la familia que asumió con mucho cariño el mismo amor que uno le entrega a esos animales que uno quiere como hijos.

Fotos en las redes sociales, ayuda de parte de casi todas las organizaciones que trabajan con perros de la calle, la mano amiga de muchos que aún sin conocerme se han hecho eco de la desgracia difundiendo la información y me han alentado a no perder la fe. 

Volantes por todo el barrio, el pregón de los muchachos de los colmados y negocios aledaños, el ojo del frutero que recorre todas las calles día por día y la infaltable recompensa para despertar el interés de muchos, todo con el único fin de dar con mi mascota o por lo menos poner fin a la angustia del que siempre espera al que nunca llega. Todo en vano.

Casi al borde de la desesperanza, decidí esa mañana salir a caminar cada calle del sector hasta donde las fuerzas y aquel sol Caribe en el mismo medio del emblemático Villa Mella me lo permitieran. Zapatos deportivos, bermudas, franela fresca y una foto de Gris donde se ve claramente el perro enorme y hermoso que es. Para sorpresa mía la caminata y sol resultaron a fin de cuentas el menor de los obstáculos; enfrentarme a la gente y sus críticas en mi propia cara ante el afán detrás de pistas de un viralata cuando se supone que la gente lo que quiere es salir de ellos, como si se tratara de una plaga.

Un señor montado en un motoconcho a punto de partir con una pasajera, me pide casi hasta con un aire de lástima por mí, que me olvide de ese perro que esos viralatas se enamoran y se pierden atrás de una perra en calor, que a mí, que recién iniciaba la caminata con mi mente positiva en dar con mi mascota, que desistiera y rindiera todos mis esfuerzos y me sentara en la galería a ver si un día cualquiera regresaba.

La joven, antes de darle la seña al chofer para que arranque, mira la foto y no pierde tiempo en un vano intento por desanimarme asegurando que si el perro no ha regresado a mi casa, como lo hacen los callejeros, eso fue que lo envenenaron, porque a fin de cuentas, afirma ella, “quien va a querer robarse un viralatas!”.

Insisto en mi búsqueda, entro en una propiedad cercada donde escucho ladridos de un perro evidentemente amarrado al que no alcanzo a ver y me la juego cargada de esperanza. Ciertamente encontré perros amarrados, ninguno era mi Gris, pero en las condiciones que los tenían eran deplorables. Salí de allí abrumada y cargada.

Preguntar a vecinos y dueños de negocios fue inútil. La única reacción que logré despertar fue la curiosidad de todos por saber la raza del perro que yo buscaba con afán. El interés y la mirada a la foto llegaban hasta que se trataba de un mestizo de la calle. La pregunta constante de “es un chihuahua?” me costó seguir de largo.

Entre el calor, los sudores, la indignación y el desconsuelo de no conseguir noticias de Gris, regresé a mi casa aturdida por la falta de educación de muchos, por lo despiadados de los comentarios de otros que trasciende el hecho de gustarle o no los animales pero que si debería albergar los límites del respeto. Esperanzada porque encontré aliento en taxistas que se detuvieron a mirar la foto, en señoras que decían entenderme y saber lo mucho que se llegan a amar esos seres especiales y sobre todo porque el amor incondicional de esos animales paga muy bien el esfuerzo.

Sigo mi afán. Mientras aparece o decide regresar Gris, yo buscaré la vuelta para lidiar con la tristeza de mis hijos al regresar de vacaciones y no encontrar a uno de sus perros rescatados, de esos que mis hijos hablan con mucho orgullo y que cada cicatriz o golpe de la vida encuentra en ellos un motivo más para amarlos hasta siempre. No pierdo la fe contigo, Gris.

EL MÁS VERDE DE LOS EJEMPLOS

Sin saberlo, mi vida ha tenido el toque verde las plantas desde siempre. Mis recuerdos están dibujados en mi mente y en mi corazón entre flores, colores y herencia verde de mi familia. Desde que recuerdo, los viajes a Nagua, la tierra de mis viejos, fueron siempre una oportunidad hermosa de propiciar encuentros con la naturaleza que la ciudad no podía ofrecerme. Visitar la casa de mis abuelos, era sin lugar a dudas una aventura verde divertidísima, interesante y que por demás, me marcó para toda la vida.
Un viaje en carro, que en aquellos años tomaba casi 4 horas, lejos del cansancio y las condiciones del viejo Datsun de mi papá, la aventura representaba para mí el chance de curiosear entre las flores y los matorrales y al final del camino, ser recibidos en la casa por el icónico almendro que todavía hoy adorna la entrada de la casa de madera.
 
De ese almendro, hay historias porque él mismo en sí es historia. Mi papá lo sembró en septiembre de 1963, dos o tres días después del Golpe de Estado a Juan Bosch. Sin saber y mucho menos imaginar, que 52 años después sus nietos disfrutarían de la bondad de su sombra y de sus frutos. Bajo esa misma sombra, el viejo almendro sirvió sus ramas para colgar en él un rústico columpio que mi abuelo Jorge fabricó para todos sus nietos; incontables fiestas y comidas familiares se vivieron allí con el viejo almendro como testigo de momentos felices y otros no tan alegres; y hoy el mismo almendro sigue brindando generosamente lo mejor de sí como un digno soldado que se niega a morir en el campo de batalla.

De igual manera, para recordar aquellos años se hace obligatorio mencionar el imponente árbol de toronja que se levantaba en el patio y que recuerdo con tanta dulzura, por aquello de las interminables jarras de jugo que mi abuela, Doña Banía, preparaba para nosotros.

Con mis abuelos, don Jorge y Joaquín, hombres de trabajo y de quemarse el lomo de sol a sol, viví y atesoro el ejemplo de verlos fajados en una parcela y disfrutar la cosecha que con esfuerzo y dedicación lograban después de ayudar a la tierra a parir sus frutos. Tomates y arroz en la tierra de Jorge y los plátanos de “El Bote” en la finca de Joaquín. Vaya herencia la que me concedieron a mí.
Hablar de Doña Lala, mi abuela materna, es pensar en rosas, jazmín y séfiro. Rosas rojas, rosadas, amarillas, coral, príncipe negro o cualquier color o variedad, eso era mi abuela. La pequeña jardinera en la fachada de la casa de pueblo, era todo un espectáculo y un verdadero deleite verla disfrutar de sus rosas y alardear de su tesoro. De ahí aprendió mi mamá el amor por las flores y sin lugar a dudas, de ella lo aprendí yo.

Asimismo, entre abuelos y mis padres, que en tiempos en que apenas se hablaba tímidamente de contaminación ambiental, que no se sabía de sostenibilidad ni mucho menos de conservacionistas, me enseñaron sin saberlo, con su ejemplo y con sus acciones, el amor por la naturaleza, el respeto al medio ambiente y la voluntad de sembrar no importa el método ni el espacio, cuando de verdad se le quiere ayudar a la tierra.

De vivir en una casa con patio, bajo la sombra de un árbol de guanábana, que sirvió champola hasta el cansancio y un cerezo hermoso que dolía de verlo florecido y parido de frutas rojísimas; nos mudamos a una casa en un segundo piso, y eso no les robó la voluntad de sembrar. Auyama, jengibre, chinola, cebolla, aromáticas de todo tipo y hasta batata se ha cosechado en la ordinaria azotea en el mismo centro histórico de la Ciudad Colonial.

Ejemplos me sobran y rememorarlos en unas líneas que no le hacen justicia a lo que habita en mi corazón con cada uno de esos recuerdos, me compromete a velar porque mis acciones sean las más justas y a que en cada terroncito de mi patio, logre dejar lo mejor de mi empeño y la esperanza de que mis hijos también retribuyan con amor todos los regalos desinteresados que nos da la naturaleza en cada amanecer, en cada flor, en la semilla que germina, en la inmensidad del mar y en el milagro de parir vida.

 Hablo a mis hijos del valor de la naturaleza, de su bondad, de lo endeble que es y de la urgencia que grita el planeta donde vivimos para que sea cuidado con esmero. Siembro y busco la manera de que ellos formen parte de lo que para mí es uno de mis más sanos pasatiempos; por eso, cada vez que los veo echando agua a las plantas o curioseando entre flores y aromáticas mientras yo me tomo el café, me veo en ellos y me alivio de pensar que en algunos años el relevo verde estará en buenas manos.

NOS MATA LA INMEDIATEZ

Presa del afán y de la prisa. Entre el eterno agobio por la primicia, el decir las cosas primero y recibir respuestas instantáneas, así se vive en estos días. La premura vive al acecho en nuestras vidas para dejar de lado el acabado fino y delicado que concede el tiempo cuando ha madurado las cosas. Los tiempos obligan a la vida expreso y con esta tendencia, vienen de la mano los errores y en el mejor de los casos, la urgencia en enmendar las falsedades, las mentiras a media y la desinformación.

No pasa un día en el que la vida no se haga más cómoda en manos de la tecnología; esa que nos ha puesto las cosas tan sencillas. Ya sea en el plano laboral, casi anulando por completo el papel o acortando distancias para una conferencia entre socios en Santo Domingo, otro en Japón y un tercero en Dubai a través de la computadora; o bien sea en las relaciones sentimentales y familiares que logran acercarse cálidamente gracias a plataformas que permiten conversar y verse los rostros sin demora y en tiempo real. Casi mágico, si se piensa en ese milagro de la tecnología.

Años atrás, pensar en la idea de un teléfono que permitiera ver el rostro de quien llamaba al mismo tiempo que conversaban, era casi lo mismo que pensar en autos voladores y personajes biónicos como sacados de los famosos dibujos animados Los Jetson. Cuando las computadoras eran aparatos a blanco y negro y cuando la tecnología en los hogares alcanzaba niveles privilegiados en aquellas familias con un televisor a control remoto.

Hoy la historia es otra y sigue avanzando, cambiando a cada segundo. De una manera tan asombrosa y veloz que casi asusta. Un ordenador, un teléfono celular, un televisor o una tableta sale al mercado hoy y ya en semanas lanzan un modelo que supera por mucho al más vanguardista. La tecnología se va superando a sí misma a cada instante.

Los periódicos han vivido en carne propia esta revolución y se refleja en ellos el paso inminente del tiempo que manda a avisparse, a renovarse y a moverse al son que tocan los nuevos ritmos. Las redes sociales, los diarios digitales y los blogs de información han desplazado en cierto modo a la prensa tradicional, precisamente por la necesidad de inmediatez que exige el ser de estos tiempos.

La gente demanda rapidez, los lectores reclaman agilidad en la información y desechan sin piedad toda noticia que en tiempo récord ya se convierte en fiambre. El lector se ha convertido en comensal implacable cuando se trata de consumir actualidad.

Sin embargo, con esa misma necesidad de premura y de rapidez llegan la desinformación, las noticias a media y por último, si es que existen indicios de ética y de formación, el tener que enmendar o reivindicar los errores. Ya se sabe y se conoce de la funesta práctica de matar antes de morir, tan contradictorio como real. Figuras de renombre son víctimas de dicha práctica, que anuncia su muerte en los distintos medios o a través de cuentas de particulares, práctica que pone en vilo a familiares y amigos cuando se enteran en las redes de la supuesta muerte de un ser querido, que en los muchos de los casos, está ajeno a dicho ruido mediático o sigue con vida en alguna sala de hospital. Sin contar con que, para bien o para mal, todos somos periodistas. Basta con tener un teléfono inteligente, estar en el momento justo y echar mano a un poco de ingenio, para convertirnos en reporteros. El rumor se ha vuelto ley cuando se trata de noticias.

Pero de periódicos a redes sociales, sin duda alguna la inmediatez ha hecho residencia fija en la mensajería móvil. Allí convive la prisa de la mano de las malas formas, los complejos ocultos tras un velo falso de cordialidad, la locura desmedida y el deseo desbordado de ser atendidos y servidos al instante. Entre el cotejo de “recibido”, el “online” y el “last seen” en las conversaciones de texto, han delatado al menos posesivo de los celosos y han hecho perder la cordura al más cuerdo de todo el equipo.

Las relaciones han seguido la línea de la tecnología y ahora para algunos, el cariño y el nivel de importancia se miden por la rapidez con que se responde al llamado de un saludo en whatsapp.
Pobre de aquel, que víctima del ajetreo de labores reciba un mensaje de texto, lo lea, lo guarde para responder más tarde y olvide por completo aquella misión. Tenga por seguro que será castigado con alguna carita o emoticon de las tantas que se guardan entre las más usadas, porque responder con palabras sería darle mucha importancia a quien ha herido nuestros sentimientos tecnológicos, por llamar esta nueva onda de alguna manera.

Haga de la tecnología un aliado, pero no permita que controle sus días y mucho menos que defina los niveles de amistad o de cariño por unas cuantas líneas en un teléfono que por mucho que se escriba, nunca podrá superar en calidez y en importancia a una llamada para dejar salir un “te quiero”, un “me haces falta” o el más dulce de todos los “cuando te veo?”.

Mientras tanto, cuídese de las señas en whatsapp; porque personalmente si le envío una manito con un pulgar arriba, en mi idioma tecnológico quiere decir que me importa poco y puede irse por donde mismo regresó.

*inserte una carita feliz aquí :)

martes, 11 de agosto de 2015

MI CUOTA DE AGRADECIMIENTO A BOSCH

El pasado 30 de junio se conmemoraron 105 años del nacimiento del profesor Juan Bosch. Una vida repartida entre la política y las letras y que a su paso dejó huellas indelebles y difícil de superar en brillantez y genialidad.

No vengo a hablar del Bosch político. De esos años en los que Balaguer, Bosch y Peña eran titulares y protagonistas del acontecer político, por asuntos de edad, apenas guardo vagos recuerdos, y por no traer por los moños aquellas inútiles campañas que apuntaban al descrédito. Pero lo cierto es, que usted puede estar de acuerdo o no con su trayectoria política o su proceder en la historia, pero cuando se habla del cuento, a Bosch hay que servirle su plato aparte.

En Juan Bosch se traduce el género del cuento en sí, en el más elevado y fino nivel. Del más difícil de todos los géneros literarios, El Profesor logró plasmarlo de la manera más hermosa y sencilla para que cualquiera lo entendiera. Esa manera tan llana y a la vez tan sofisticada y ricamente descriptiva de escribir sus cuentos que logra enganchar a la lectura a cualquiera, desde un niño de 8 hasta a un anciano en sus años extra que le quedan en la vida.

Hablar de Bosch no lo hace peledeísta, tanto como reconocer a Balaguer como escritor no lo hace reformista o rememorar los insuperables dotes de discurso y convocatoria de masas que lucía Peña Gómez en aquellos mítines, que ya dejaron de existir, en la cabeza del Puente de la 17, no lo oficializa a usted como parte del PRD.

Pero, si de ser justos se trata, con Juan Bosch estamos en deuda. República Dominicana le debe a Bosch y sus aportes literarios, haberse ganado un puesto respetable en las letras de América Latina y el grupo de escritores de la región. A base de puras letras con mensajes humanos y una protesta social tan fina y acabada como aguda y valiente en cada cuento, percibió el drama de principio de siglos en los campos dominicanos y logró plasmar esa vida tan dura de los campesinos en cada uno de sus cuentos, como una forma de decir las cosas y elevar su voz.

Y sí que lo logró. A 105 años de haber nacido y a 13 años de su muerte, sus cuentos y el drama que relata en cada uno de sus escenarios parecen haber quedado suspendidos en el tiempo y, sin contar con las comodidades de hoy y los avances del tiempo, parecieran que los escribió ayer. Los cuentos de Bosch, llevan con ellos una carga social tan rica que retratan a la perfección la esencia del pueblo dominicano, aún en estos días.

Una realidad social que se ve reflejada en “La Mujer” y que tristemente se respira, todavía, en esta sociedad y en todos los niveles que la componen. O el cuadro de pobreza, de atraso y de penurias que viven los hombres del campo y de lo que relata en un “Camino Real”, que al parecer resulta interminable para recorrerlo.

A Bosch yo le debo inspiración. Más que respeto, admiración y asombro ante su genio, con él estaré eternamente en deuda ante su generosidad cuando se trata de inspiración para el alma. Comencé con este deseo de escribir de manera formal, que se ha convertido en un ensayo interminable, a finales de los años 90 cuando mi papá, haciendo de ángel eterno protector y apoyador, me cedió un espacio en su columna en el desaparecido periódico Ultima Hora, y hoy tantos años después apelo a mi segundo artículo para agradecerle a Juan Bosch aquel golpe de inspiración que recuerdo, valoro y atesoro con cariño especial.

Le escribí a la lluvia, a la manera en que Bosch logró transportarme y embriagarme dulcemente con sus letras, hacerme sentir parte de esa historia, enamorarme de aquella prosa tan sencilla y cautivadora, que logra despertar la dulce envidia de cualquiera que disfrute leer o escribir. Tanto así, que con la lluvia logré recordar sus letras y traducirlo a las mías.

Tanto le debo a Bosch, que hoy, luego de muchos artículos escritos desde aquellos dulces tiempos de Ultima Hora y con las ganas de seguir aprendiendo intactas guardadas a flor de piel en el corazón, El Profesor sigue regalándome inspiración para escribir y rendirme ante tanta grandeza cuando de escribir cuentos se trata.

Hoy con mis letras, vestida de humildad y guardando con mucho respeto la distancia que merece un genio de tal magnitud, vengo a darle las gracias por la inspiración y por su aporte. Aporte que sigo leyendo una y otra vez y encontrando luces de inspiración de manera incansable.

“-Aquí no tiene que pensar. Pensaremos por usted. En cuanto a sus recuerdos, no va a necesitarlos más: empezará una vida nueva.”
(La Mancha Indeleble)

SOLTERA EN TIEMPOS MODERNOS

No vengo a quejarme. No pretendo ventilar detalles inútiles que a la gente poco le importan sobre mi vida personal. Pero sin miedo a perder, apuesto todo a que más de una mujer se siente identificada con lo que hoy toca escribir.

A nadie le gusta estar solo. Y hablo de esa soledad desmedida, desequilibrada y poco justa que a muchos, ya sea por decisión personal o por circunstancias de la suerte, les toca enfrentar. Cierto que el tiempo a solas se hace, más que necesario, saludable para todos los seres humanos. Esa necesidad de encontrarse con uno mismo que sólo lo concede la soledad y el cara a cara con su propio ser, si no se le complace al cuerpo, el se encarga de exigirlo y pasar factura con los años.

Hoy en día la individualidad, el espacio, el respeto a lo propio y el “mitad y mitad” marcan la tendencia en todas las relaciones interpersonales. Reclamar espacio y privacidad ya no es un asunto propiamente reservado para los hombres y no es visto como símbolo de libertinaje cuando una mujer en buena fe lo reclama. La mujer se ha liberado y el hombre está consciente de ello.

Una mujer divorciada, una madre soltera, una mujer independiente que ha hecho tienda aparte de los padres, ya dejó de ser vista como el blanco vulnerable de todos los hombres que pretenden endulzarla usando hasta a los hijos como carnada. Una mujer al frente de una casa ya no es la única presa fácil de los delincuentes. En su lugar, ha desarrollado la capacidad de enfrentar situaciones reservadas y encasilladas para “el hombre de la casa”; quizás por la misma necesidad de hacer frente a la realidad.

Una joven universitaria enfocada en sus estudios, que hace una maestría, un postgrado, una especialidad o un doctorado, reservando en un segundo plano las relaciones amorosas, ya no es vista como la nota discordante y fuera de onda de aquellos tiempos.
 
Joven, divorciada o asomándose a los años, ser soltera en estos tiempos requiere de una destreza a veces inimaginable para los hombres. Situaciones que toca sortear que van desde algo tan sencillo como buscar parqueo en una fiesta, hasta defenderse de los constantes ataques sociales del “pa cuando es?” de amigos y familiares o la mirada extraña de algunos que cuestionan hasta su sexualidad o sus habilidades para retener.

Contando con la imperante necesidad que impone la sociedad de que una dama tiene la obligación de pasearse del brazo de un hombre, así sea el marido un abusador desmedido o un holgazán que viva del cuento, la sociedad, a veces de manera sutil y otras tantas descarada, le exige a la mujer que desarrolle una capacidad de aguante en nombre de los hijos, del estatus social, de los pagarés de la yipeta o del apartamento que está a nombre de los dos y aún no terminan de pagar.

Pasando por la enorme cantidad de hombres casados que salen a la calle a pescar solteras y a echar el desgastado cuento de “estoy con ella por los hijos”, “ya estamos juntos por agradecimiento”, “vivimos en la misma casa pero dormimos en cuartos separados” o el mejor de todos “estamos juntos por los niños”. La capacidad que toca desarrollar a una mujer para resistirse a los encantos de un hombre experimentado, cariñoso, que sabe exactamente lo que quiere y necesita una mujer, quizás porque ya vive con una. Tarea difícil, cierto, pero tampoco imposible.

En ese mismo afán, aprender a detectar a tiempo las actitudes de un posible hombre abusador, por aquello de tantos feminicidios y que ninguna mujer quiere terminar enlistada en aquellas funestas estadísticas. Desde la relación con la posible suegra, la formación del hogar de donde viene, los padres y lo que ha visto en casa, hasta un posible choque de formación del hogar, que tarde o temprano en plena convivencia al pasar de los meses, le pasa factura y acaba con la hermosa luna de miel.

Y por si todo esto fuera poco, lidiar con la horrorosa cultura del “yo soy, yo tengo” que parece ser viral en una gran parte de los caballeros. Entre mentiras blancas, verdades a media y el inútil afán de impresionar y querer llenarle los ojos a la persona equivocada que finalmente termina mirándolo con ojos de lástima al pobre fanfarrón.

Es que el estatus de soltera ya no es sinónimo de poca belleza, de astronómicas exigencias o de falta de gracia. No se trata de que ser soltera esté reservado para las feas, las gordas, las flacas, las divorciadas, las alegres o las amargadas, es un estado civil de convicción y de eterno aprendizaje.

Moverse entre pulpos, mentirosos, falsos amantes, mujeriegos, lentos, controladores y casados mientras se espera por la felicidad, que puede llegar vestida de caballero como puede encontrarse en la plenitud de muchas otras cosas que nos regala la vida, mientras eso llega, sólo queda esperar con dignidad, con altura y con los ojos bien abiertos para disfrutar el viaje y atesorar buenos recuerdos para cuando los años lleguen.