miércoles, 30 de diciembre de 2015

ENTONCES...ESO ES CRECER?



No tengo la mínima idea de en qué momento específico en la vida de cada ser humano, es que uno cae en cuenta que ha madurado. Cuándo es que uno deja de verse en constante aprendizaje y se dice a sí mismo “Ok, ya soy grande”. Yo prefiero llamarle crecer y sonar menos a fruta.
De pequeña, recuerdo aquel afán con el que todos queríamos ser “grandes”. Es más, todavía a mis años les hablo a mis hijos en esos términos, consciente ya de que la grandeza no tiene que ver ni con años ni con tamaño. Aquel insistir en pintar los labios y mis uñas de rojo, a pesar de que “la virgencita llora” y demás cuentos de camino; con qué afán anhelaba yo ponerme un sostén, o al menos tener material que guardar en ellos. Cómo soñaba con manejar por autopistas de ensueño donde no caben los problemas.
 
Desde que recuerdo siempre quise ser periodista. Los tiempos sólo me alcanzaban para imaginarme frente a una máquina de escribir, manipulando una grabadora cubriendo hechos noticiosos de gran revuelo para alguna emisora de radio y armando fascinantes historias y reportajes dignos de una primera plana.

Tantos años después, jugando ya a “ser grande”, estoy convencida de que la mente de los pequeños viene hecha sólo para imaginar cosas buenas o que quizás por esa inocencia y candidez que adorna la niñez, uno logra atesorar los mejores recuerdos de su vida. Tan buenos, que duran para toda la vida y fácil, como nada, definen al ser humano que uno puede llegar a ser.

Soñé tanto que heredé el hábito de seguir soñando aún en medio del caos, con los ojos abiertos y sin que me espante el ruido de la realidad. Y así, he sido tan feliz y me han premiado con tantas cosas buenas, que las que hoy no están no me hacen ni falta y las que se han ido, simplemente dejaron de estar para dar paso a mejores historias que contar.

La vida, terca y obstinada, insiste en darme lecciones gratis de lo cíclico que es vivir y de las vueltas increíbles que sabe dar el destino cuando le toca barajar las cartas. A veces hermosas, llenas de magia y otras, desafortunadas y tristes pero todas con el único fin de enseñarme a asumir la vida como un regalo.

Casi termina el año y yo, que peco de ser nostálgica y de pensamientos en sepia, aprovecho estos días para pasar balance mental. Sin disgustos, sin enojarme con la vida, sin reproches, sin cuestionar y echar la vista atrás, sólo por un rato, tomarme un café con ella.

Y justo cuando eso pasa, que la vida me estruja en la cara la fragilidad del ser, dejo de esperar que la vida se reivindique conmigo y me ocupo yo misma de vivir.

De ese mundo de ensueño que uno pasaba como película en su cabeza, la realidad anda muy lejos. Crecer me ha costado tanto y aún me siento novata cuando de la vida se trata. 

Cierto que siento que crecí. Me siento más mujer, más madre, más apasionada, más cerca de mis viejos y más en sintonía con mis hermanos, más agradecida. He amado con madurez, me he dejado someter dulcemente por el apego, he sido celosa, sigo sintiéndome libre, he soltado con dignidad, he avanzado, he perdonado, he pedido perdón, he llorado pero también cuánto he bailado y reído, he cometido errores, los he reconocido y he aprendido de ellos, me enamoraron, he sido muy correspondida, he desafiado mi cuerpo, mi mente y mi corazón, corrí mi primer medio maratón y terminé entera, me han prometido y yo he creído, he sorteado problemas de la vida diaria con la gracia digna de una dama, no peleo con la vida, no me comparo con los demás, me he quedado sin dinero, he vuelto a ahorrar, hago lo que me gusta y me pagan por ello y por encima de tantas cosas, sigo soñando.

Tanto sueño, que como jugada del destino, ahora añoro entonces con afán el desenfado de ser niña y de vivir la vida con la misma libertad como cuando las mayores preocupaciones se resumían a crayolas, vestidos y helados de limón. Cómo cuesta vivir, pero que bueno es estar vivos.

LA DEMOCRACIA: NI SABE A MACANAZOS NI HUELE A GAS PIMIENTA



Como sacado de los años de la represión política en era de Balaguer, de aquellos tiempos en que los cascos negros eran símbolo de terror; cuando la infame Banda Colorá se mantenía al acecho de los hombres y mujeres de ideales nobles y firmes para salir de cacería y enlutar a tantas familias, como en efecto lo hicieron; cuando el caliezaje rondaba la esquina con descaro y cuando las huelgas encendían Capotillo como reflejo de un pueblo hastiado de burlas y humillaciones. Allí nos remontaron las imágenes de una de las tantas Cadenas Humanas que se han montado en los alrededores del Palacio Nacional y que terminó en un burdo atropello contra gente que sólo estaba allí de manera pacífica ejerciendo lo que por legítimo derecho les corresponde a ellos, a usted, a mí y a todos.
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El episodio del martes se tornó insoportablemente indignante. Ver gente de un historial de lucha incansable siendo víctimas de un atropello atroz entre golpes y  empujones sin el más mínimo respeto ni consideración, sólo habla de un Estado que desconoce el respeto y el ejercicio pleno de los Derechos Humanos. 

Más allá de la ignorancia y el desconocimiento de gente de uniforme, disfrazada de policía, que responde a un sueldo que no les permite pensar, apena ver a mujeres uniformadas arremetiendo contra otras mujeres en nombre de cumplir órdenes superiores.

Resultado de imagen para cadena humana oisoe, socorro monegroJustamente en la misma semana en que se conmemora el “Día de la No Violencia contra La Mujer”, las acciones frente a la OISOE por parte de la policía andan muy lejos de lo que este gobierno predica cuando insiste en vestirse de rosado en una lucha contra ese flagelo, que bien se da en los mismos alrededores de la Casa de Gobierno.

Gente cuyo único pecado ha sido ejercer un derecho pleno y establecido desde hace años, de manera pacífica, en uno de los actos más humanos como tomarse de las manos con el único objetivo de reclamar justicia ante un escándalo de corrupción de magnitud mayor y que al parecer, se ahoga y muere entre papeles y burocracia.

De igual modo como la Constitución, esa misma que se ha modificado al antojo y los intereses de todo el que se sienta allí, bien consagra el derecho a manifestación pacífica que desde hace semanas lleva a cabo esta gente que dejan sus hogares, sus familias y salen a protestar en beneficio de todos nosotros, incluyendo los mismos policías que responden a golpes y empujones, porque no los dejan pensar.

Con estas acciones, el gobierno insiste en hundirse y jugar con fuego, mientras goza su borrachera de poder y queda muy claro que carecen de la conciencia ciudadana para dejarlos ver que la represión se reserva para reprimir delitos y no para conculcar y suprimir derechos. Especialmente un derecho tan elemental como ese de protestar y alzar la voz de manera pacífica.

Alguien que, por favor, les diga que la paciencia de un pueblo, como la de los enamorados, también se agota y tiene un límite cuando se hastía de abusos y atropellos injustificados como éste. Que la democracia, de la que tanto se alardea, no se viste de macanazos ni empujones y que a la voz del pueblo no se le calla con gas pimienta.

Una lástima que así como usted, señor Presidente, reclame su derecho a permanecer en silencio, mientras el pueblo se cae a pedazos y espera con ansias una gota de aliento de quien se supone lleva las riendas de este país, usted no esté al tanto que a esa gente que lleva a cabo este acto tan humano y tan inofensivo, no les asista el mismo derecho que a usted.

Ojalá el llamado a paz que elevó el mandatario mientras encendía el arbolito y el espíritu navideño invadía el Palacio Nacional, traspase los muros y jardines de esa casa y que llegue a todos los que anhelamos paz y libertad en esta isla que solía ser de nada.

Estoy esperanzada en que los que bajan las rayas aquí estén al tanto de que aquel tiempo en que la libertad se vestía de apartamentos, funditas, muñecas y bicicletas, quedó enterrado en el olvido.

ENTRE UN TUIT Y "QUERIDO DIARIO"



La tentación está allí, siempre al acecho y siempre pendiente. Se debate entre cualquier desliz y un teclazo, para al menor descuido dejar escapar ese aliento de intimidad y de lo propio de cada uno de nosotros. Como un pececito en el profundo mar que sube a la superficie tras una bocanada de aire y así, con ese aliento, quebrar la regla de oro de todas las redes sociales y el buen vivir entre ojos extraños que nos leen: no enganchar los problemas personales en un tuit o secarlos al sol en un muro virtual.
Resultado de imagen para querido diarioVentilar los problemas en redes sociales parece haberse convertido en tendencia. El impulso de compartir las realidades difíciles de la vida, a veces excesivamente íntimas y personales, parece ser casi irresistible para quienes diariamente comparten desde el café hasta las buenas noches al final del día.

Vestidas de canciones, correspondidas con un favorito, adornadas con un RT, aprobadas con un Retweet, disfrazadas de indirectas o respondidas sin mención. La intimidad en Twitter se debate la faja de la discreción entre ser un tuit al viento o convertirse en el más cursi diario de adolescente que escribe letras que no serán leídas jamás por nadie más que ella misma.

No es para menos, Twitter se ha convertido en un espacio donde cuesta más esconder la esencia propia que reflejarse uno mismo en apenas 140 caracteres. A la larga entre un tuit y otro, unos se dejan ver entre quejas, frustraciones, indignación, malestar, a veces hasta odio y de otro lado, los más valiosos, que expresan amistad, solidaridad, entrega con los suyos, humildad auténtica de esos que comen sin poses y viajan cuando se pueda, los que valoran los amigos, los cordiales, los que trabajan con tesón y se han ganado su lugar a puro esfuerzo y aquellos que no olvidan sus orígenes a pesar de ser tildados erróneamente de chopos, en una sociedad en la que de chopo, alguito tenemos todos.

Esa libertad en una red social tan activa, que nos ha convertido a todos en reporteros, abogados, psicólogos, analistas, economistas, sociólogos, detectives y hasta médicos; tan dinámica que cualquiera corre la suerte de intercambiar opiniones con grandes personajes; que nos concede la voluntad abierta de expresar lo que sea que nos pase por la cabeza, a veces sin medir el alcance de nuestras letras; tan ágil que le corta el pulso a las noticias tradicionales y se ha convertido hasta en fuente de cobertura de cualquier miedo informativo; tan especial que nos permite compartir con gente con las mismas inquietudes sociales que uno; y a la misma vez, tan engañosa que ofrece una falsa cercanía donde no existe.

No es para culpar que alguien, o todos, incurran al menos una vez en su vida en dejar caer uno que otro trapo sucio en el camino virtual. Unos lloran un amor mientras otros gritan la miseria y la soledad; muchos que ahogan las penas en baile y alcohol; los que leen a Coelho e insisten en contagiar inspiración; los que corren y su mundo del eterno running; otros que echan vainas con un plato sofisticado en Dubai; los padres que exponen a los hijos; los que indican en fotos la ubicación exacta de sus hogares; los que exhiben amores de portada y disfuncionales por dentro; los que se venden felices y les falta la mitad del sentido de sus vidas; los intensos a todos los niveles, ya sea político, social y hasta cultural; los que critican todo y exponen en sí mismos la inconformidad del ser y los más, que son los que critican a los que critican todo. La lista es larga, interminable, y mire que ni me molesté en mencionar los insistentes selfies, pero le aseguro que al menos de uno de esos pecados usted carga la culpa. Si no, quien esté libre de pecado…que publique su primer tuit.

Por suerte, en la misma medida que nos brinda la libertad de acercarnos, ofrece también la maravillosa oportunidad de terminar con la angustia con un simple “unfollow/dejar de seguir” y si como a mí, a usted se le arruga el corazón y peca de sentimental en este idilio pasajero, en el más considerado de los casos y en nombre de la eterna diplomacia, “mutear” o poner en silencio.
 
La lucha es constante y si uno tiene planes de vivir en paz, hay que cuidarse de juzgar y señalar al prójimo, al menos en la medida de lo posible. Ya saben, por aquello de que cuando uno señala con un dedo, los cuatro restantes apuntan a uno. Hay que seguir librando la batalla entre lo personal, lo publicable y lo impublicable sin dejar de ser uno mismo, porque a fin de cuentas siempre hay que guardar algo para el alma.