martes, 26 de julio de 2011

EL MILAGRO DE LA VIDA

De todas las labores que he realizado en mi vida si me preguntan cuál ha sido la más satisfactoria sin dudar un solo segundo mi respuesta será: ser madre. Me valió concebir y esperar a mi primer hijo, Rafael Eduardo, que ha sido amado desde el momento en que descubrí que ya tenía casi 2 meses de embarazo y un parto prematuro a los 8 meses me hicieron entender y experimentar el amor más grande y puro que un ser humano pueda sentir.

En mis años de soltería puedo decir que en innumerables ocasiones escuché a mi mamá decir que “con los hijos uno valora más a sus padres” por aquello de que ya compartimos con ellos el mismo sentimiento, nos atacan las mismas preocupaciones y hasta guardamos cierto grado de complicidad.

Los hijos traen consigo tantas cosas, con ellos descubrimos un nuevo ser que ha dormido dentro de nosotros toda una vida y que despierta justo en el momento en que asumimos el rol de madres y padres responsables; nos hacen mas resistentes, nos regalan una paciencia desconocida, cambian nuestra actitud para enfrentar la vida y nos hacen mejores personas.

Hace apenas 3 semanas descubrí que espero mi segundo bebé y ya lo amo. Por segunda vez me invade el mismo romanticismo y mi corazón se rebosa de amor con la misma ilusión de la primera espera. Rememoro el primer encuentro cuando abandona su cálida morada y finalmente nos vemos la cara, la amorosa entrega de la lactancia, el encuentro de las miradas entre el retoño y la madre, el olor de su piel, el esmero en sus cuidados y la fragilidad de una vida que recién empieza.

Pero inevitablemente tambien me ocupan la memoria, los malestares, las nauseas, los vómitos del primer trimestre, los constantes cambios de humor, el apetito de obrero, luego el insomnio de los meses finales cuando encontrar una postura para dormir cómoda es todo una aventura, en mi caso pienso en el parto por cesárea, la molestosa anestesia y sus efectos post parto, la cicatriz con sus puntos, las interminables noches en vela, el sacrificio de la lactancia, el cansancio, los sentimientos encontrados despues del parto y hasta en las libras que deja el embarazo, todo esto sumado a mi trabajo a tiempo completo de madre de un varón en plena etapa de los “terribles dos años”.

Extrañamente me enfrento a tantas preocupaciones y sacrificios y aún asi no son capaces de ganarle la batalla al amor y la entrega de una madre. La decisión de dar vida a ese pequeño ser que habita dentro de nosotras está allí y nos arma de un valor inquebrantable para empezar a aprender de nuevo y a vivir una experiencia para la que nos prepara la vida y que solo se puede dar fé de ella una vez que se vive.

En vano sería mi esfuerzo por persuadir a cualquier mujer a que tenga hijos. No pretendo pintar un lecho de rosas, la maternidad es un acto responsable y de pura convicción propia que cada mujer asume en el momento perfecto que el destino dispone. Criar hombres y mujeres de bien es una tarea que la sociedad nos la pone cada vez más y más dificil.
Lo que si les puedo asegurar es que una vez que les llegue la oportunidad, atesórenla, disfrútenla al máximo y prepárense para amar con todas sus fuerzas. Comparto mi alegría con ustedes y celebro el milagro de la vida por segunda vez.

martes, 19 de julio de 2011

LA CULTURA DEL DRINK

Una vuelta por su sector es suficiente para toparse con un drink y conocer el fenómeno cultural que arropa a la ciudad de Santo Domingo y a muchos pueblos del interior.
Lo que en años anteriores cualquiera denominaba Liquor Store o tienda de bebidas, hoy ha pasado a llamarse Drink y ha traido consigo todo un sistema que sobrepasa la simple acción de comprar bebidas alcoholicas. Aquello de desmontarse en el supermercado o echar el fiao en el colmado de la esquina ha pasado a la historia junto con los dinosaurios y la televisión a blanco y negro.
Comprar un litro de whisky, de vodka o de cualquier otra bebida de su preferencia conlleva todo un rito tan asombroso como sencillo. Y es que sin ánimo de exagerar, los drinks están en casi todas las esquinas. No importa la clase social, la exclusividad del sector o la popularidad del barrio mas caliente de la capital, tenga la seguridad de que va a encontrar un drink.  
Dudo mucho que se lleve a cabo un estudio de mercadeo para ubicarlos; los he visto en medio de la miseria, en barrios sumidos en la pobreza, en calles estrechas donde con dificultad puede transitar un solo vehiculo, puestos allí con sus irreverentes luces blancas y de neón, usualmente con fachada en cristal, con el estridente dembow a todo volumen y con el atractivo del aire acondicionado en buenas condiciones, lo que sumado a los tragos y el baile resulta para muchos una oferta dificil de rechazar.
La parte cosmopolita de la ciudad tambien los tiene a su estilo pero con la misma extensa oferta de licores de todos los precios, las bebidas de todos los colores y sabores, la cerveza fria, las bebidas energizantes, el hielo, los vasos, las picaderas y hasta la neverita desechable por si la bebedera se armó de repente. Hay que reconocer que los drinks se la han puesto fácil al bebedor.
Y es que más que una cultura, parecen ser una válvula de escape ante la dificil situación que atraviesa la sociedad dominicana. En un país con tradición política, donde todos somos expertos y opinamos de alta política, donde cualquier escenario se presta para expresar el descontento con el gobierno de turno y con los precios de la canasta básica, donde hasta el gomero le hace un análisis profundo de lo que pasa aquí y en el mundo, los tragos se pintan como el desahogo del que se faja a buscar lo del moro y sigue sin tener un chele para meterlo al banco.
Lo malo es cuando el alcohol se mezcla con el malhumor, las malas actitudes, la ignorancia y la falta de tolerancia. La fórmula da problemas y en muchas ocasiones tragedia. Son bien conocidos los enfrentamientos a tiros y las riñas que han terminado con la vida de gente que sale a la calle con la intención de disfrutar y no regresan a sus hogares.
También la parte no tan divertida de los que tienen por vecinos a estos negocios, que el tumulto, el movimiento de personas borrachas, la problemática de los parqueos, las peleas, en algunos casos los disparos y el ruido constante le hacen la vida amarga y miserable a cualquiera.
Lo cierto es que aun en medio de esta crisis, el dominicano siempre encuentra un buen motivo para celebrar. Los drinks han llegado a echarle una mano a la gente que busca zafarse de la realidad y que se permite el lujo de disfrutar un trago en buena y a veces no tan buena compañía. Y mientras sea con prudencia y con moderación…que siga la fiesta!!!

lunes, 11 de julio de 2011

40 AÑOS DESPUES: DEUDA SALDADA

No existe equipaje más pesado que las deudas. Traen angustia, roban el sueño y mortifican. Se sabe de gente que se ahoga en los apuros económicos; personas que se endeudan moralmente y algunos que adquieren deudas emocionales. Sin importar donde habiten las deudas, si en el bolsillo, el corazón o en la conciencia, nada trae más alivio que saldarlas.

Contaba el 1971, la situación política de los doce años de Balaguer y el fatídico auge de la Banda Colorá mantenía a muchos de los militantes de izquierda y de aspiraciones progresistas sumidos en una estricta clandestinidad, que por años les robó tiempo precioso con sus seres queridos.

Mi mamá, Dulce, y mis hermanos mayores Juan Miguel y Yenny, sufrieron en carne propia los efectos de aquella época y enfrentaron situaciones de peligro con la suficiente dignidad.

Las historias de mami, al igual que las de muchas mujeres de aquel tiempo, están cargadas de tantas emociones, que son dignas de un libro. La capacidad de aguante  y la entrega desinteresada de aquellas mujeres enamoradas hace que uno las valore y las mire con admiración y respeto.

Entre los tantos sitios donde vivió mami con sus dos hijos en ese entonces, La Vega fue uno de ellos. Sin más que sus prendas de vestir, una cama y algunos elementales utensilios de cocina, allí vivían en una casita a orillas de la autopista, preparados para salir en cualquier momento ante la amenaza de algún allanamiento.

Sin embargo, no fue un allanamiento lo que obligó a mi mamá y a mis hermanos a abandonar aquella casa y perder lo único que en ese momento poseían. Mami, con Juan Miguel y Yenny, había salido una mañana lluviosa y al regresar de la casa solo se alcanzaba a ver una cruz que coronaba el techo. Las fuertes lluvias inundaron la casa y allí quedaron ahogadas sus escasas pertenencias. Entre las cosas, Juan Miguel, de 4 años en ese momento, perdió una resortera o un tirapiedra que le habían regalado.

Aquella pérdida se convirtió en un constante lamento acompañado de llanto y tristeza por mucho tiempo.

No creo que sea fácil para nadie perder todo lo que tenga, en especial aquellas cosas con valor sentimental que suelen ser las menos ostentosas. Aún más difícil para un niño de apenas 4 años de edad al que la inocencia lo mantiene ajeno a los duros golpes que da la vida.

Afortunadamente el drama se superó, la cotidianidad jugó su papel y el tirapiedra dejó de ser tema, o quizás, otro juguete ocupó aquel lugar y la vida siguió su curso.

40 años después, cuando ya la clandestinidad y el malpasar son cosas del pasado, en una de las usuales y extensas diligencias mañaneras que mami hace y que carecen de hora de regreso, visitó el Mercado Modelo y de allá volvió con el rostro iluminado y una sonrisa hermosísima de esas que no se ensayan, con un tirapiedra en sus manos y con aquella actitud victoriosa que solo conceden las deudas saldadas.
La vida le permitió a mami saldar aquella deuda pendiente con Juan. Cuatro décadas más tarde, mami pasa frente a esa casita en La Vega, que aún conserva el mismo color de aquel entonces y puede rememorar con orgullo aquellos episodios amargos en que se jugaban la vida. Ahora, desde la comodidad de un vehículo, de manos y enamorada del mismo hombre de aquel entonces, con un merengue típico de fondo y con la firme convicción de que valió la pena.

lunes, 4 de julio de 2011

LA INUTIL PRISA

No tengo idea de cómo se eternizan las frases célebres. Quizás porque en momentos determinados encajan a la perfección en una situación y de igual forma pueden alentarnos o brindarnos el empuje que hace falta para salir a camino. Lo que sí sé, porque lo he vivido, es que una frase puede marcarnos y llegar a convertirse en hábito o en estilo de vida.

Hace trece años escuché por vez primera en voz de mi papá la frase que reza: “Vísteme despacio que voy con prisa” cuando literalmente corría para tratar de no llegar tarde al que fue mi primer empleo. Mentiría si dijera que aquella tarde me detuve y que bajé la marcha, pero sí admito que me puso a pensar y que hoy, trece años después, cada vez que la prisa toca mis acciones recuerdo esas palabras.

En esa misma línea, suele decir mi papá que la juventud trae consigo la sensación de que el tiempo se le agota, que si los jóvenes supieran lo mucho que se rinde y qué tanto se puede hacer cuando se tiene el tiempo de aliado, la vida fuera menos complicada.

Y no puede ser más cierto. Lo malo es que ese entendimiento solo lo conceden los años y la madurez. El tiempo pasa de prisa pero la vida sigue su curso. Vivimos en una eterna lucha contra el reloj, contra los años, contra las arrugas, contra las canas, contra las libras de más que traen consigo los años, le ponemos fecha de expiración a nuestros sueños y matamos la magia del hacer las cosas bien por pura satisfacción.

La agobiante falta de tiempo es un síndrome de moda que ya se ha hecho habitual entre todos nosotros, me incluyo porque la prisa es un mal general que nos arropa a todos y de vez en cuando ignoro aquella famosa frase y marcho inútilmente a la carrera. Hablamos de cultivar la paciencia pero carecemos de esa paciencia hasta con nosotros mismos.

Pienso y escribo sobre el tiempo, porque recientemente asistí a la graduación de “Ya sé leer” de mi sobrina Sophia. Cinco años han pasado desde que nació y la cargué en mis brazos una tarde de agosto que quedé enamorada de aquella carita angelical con ojos verdes y pelo negro; y ahora la ví frente a mí cantando, actuando y recitando un poema junto a sus compañeros justo antes de enfrentarse al mundo de “los grandes” armada de letras y conocimientos cual soldadito listo para el dulce combate del saber.

Para mí Sophia nació ayer, me cuesta creer lo rápido que pasa el tiempo, si hasta recuerdo mi propia graduación en 1986 y ha llovido un poco desde entonces; se ha vivido con tanta intensidad y aun falta toda una vida.

Verla asumir un nuevo reto tan importante en su justa dimensión, me hace pensar en todo lo que le espera. La experiencia que le aguarda, los desafíos que reserva el destino para ella, los amigos por conocer, los amores por vivir, las lagrimas y las alegrías para contar, los conocimientos por adquirir, la prisa de la adolescencia, el ímpetu y el coraje de esos años, la adultez, la madurez y con ello la paz que trae el tiempo.
Hay que hacerse amigo de los años, es un matrimonio sin divorcio y  más vale bailar ese son en paz y llevarlo con buen ritmo. Mentira que la vida es corta…solo hay que dosificarla con prudencia y vivir cada dosis con la suficiente y apropiada  intensidad.