sábado, 13 de abril de 2013

ENTRE EL DEBER Y LO HUMANO


Dónde empieza o dónde termina la labor de un periodista?, hasta que punto debe involucrarse en un caso?, cuántos detalles son suficientes o hasta donde lo permite la prudencia y el respeto? Sólo algunas de las preguntas constantes que atacan a un periodista cuando ejerce su profesión.

La primicia y la audiencia son el motor de los medios noticiosos y solamente un periodista conoce del proceso que conlleva perseguir la noticia, difundir una intervención, a veces breve y otras no tan breves, con el único fin puro y limpio de informar a la ciudadanía. Denunciar los hechos que afectan a una comunidad y servir de enlace entre los que no tienen voz y los que toman decisiones. En teoría, suena sencillo y pareciera un oficio ajeno a los sentimientos y a la parte humana que habita en el ser y que es capaz de tocar las fibras de la sensibilidad, las lagrimas y la inevitablemente humana sensación de ponerse en el lugar del otro, cada vez que el periodista encuentra y trabaja la noticia.

Los tiempos han cambiado, con ello el público lo ha hecho también y de unos años a la fecha se ha vuelto más exigente y demanda más rapidez en las actualizaciones. La gente ya no sólo espera que llegue el periódico para informarse sino que tiene en sus manos redes sociales y diarios digitales que le permiten estar al tanto de todo lo que pasa aquí y en el mundo literalmente en tiempo real.

Esa avidez de información y la agilidad de los hechos noticiosos han cambiado también al periodista. Lo han obligado a despertar, a pelear su noticia y a mantener los ojos abiertos porque hasta la respiración puede generar una historia. El ritmo acelerado de la vida y la diversidad de personas con distintas calidades le hacen mella a la capacidad de asombro de los profesionales y llegan a perder de a poquito la sensibilidad.

Irónicamente ahora, cuando más necesitamos de actos de nobleza y de entrega desinteresada para cambiarle el rumbo al mundo, la tecnología ha pasado a ser de una poderosa herramienta de masas hasta volcarse en contra de la humanidad para exhibir actos de violencia desgarradora, muertes, cadáveres y toda una serie de imágenes que pujan para ganar el primer lugar entre las más sangrientas e inhumanas.

Por suerte, aún el instinto humano no se extingue. Queda esperanza de ver luz porque todavía los periodistas y el pueblo siguen apelando a los sentimientos y las reservas de respeto al dolor ajeno. Seguimos siendo capaces de llorar las penas juntos y reír las alegrías cuando la vida marca el ritmo del son.

Quedó demostrado que cuando se pierde una vida el show no está obligado a continuar y que la audiencia tampoco lo justifica todo. Cuando el deber y las tareas nublan la conciencia y la parte humana de los profesionales de la noticia, salen de vacaciones, quedan los televidentes, los lectores, a quienes llegamos a través de los medios, para recordarnos que trabajamos a su merced.

Este domingo se perdieron dos vidas de jóvenes pilotos prometedores de la República Dominicana, pero también nació la solidaridad en todo un pueblo que se unió para expresar su repudio a continuar con un show aéreo manchado de sangre apenas sin comenzar. Actos así de espontáneos que denotan calidez humana son los que salvan la profesión y brindan aliento a los que aún creemos en el valor de la vida y en hacer las cosas con el corazón. A fin de cuentas, vamos redactando el libro de la vida y sólo nos salva el amor.

DESPUES DE LA TORMENTA


Si desafiamos la insalubridad del salami, abusamos de la moringa, endulzamos el café con azúcar y arena y le ganamos la apuesta a los mayas, no es verdad que el caos de la Semana Santa, ni las habichuelas con dulce en cantidad industrial, puede ser una amenaza seria para nosotros. Los años, el fatídico conteo de víctimas mortales que cobra el asueto, las autopistas repletas y una Semana Santa que empieza cada vez más temprano, hemos aprendido a buscarle la vuelta a la prudencia sin sacrificar la diversión y poco a poco ir bajando el conteo mortal, en nombre de no terminar la fiesta como los monos, a rabazos.

Aquí no sólo se juega pelota con seriedad, entre el plátano power y el ánimo de los dominicanos para hacerle frente a la crisis que vive el país, hemos demostrado que somos un pueblo resistente y que cuando se trata de pasarla bien, nadie nos gana. Quien se atreva a emprender la cruzada de terminar con nosotros debe enterarse que este es un pueblo hecho de acero, fiestero hasta que se acabe el ron, capaz de encontrar el humor en la más engorrosa de las situaciones y dispuesto siempre a sacar lo mejor de cada realidad sin importar lo cruda que sea.

La falta de dinero es la queja constante y el único punto en que coincide un país completo. Pobre, rico, clase media o clase alta, cada uno en su dimensión, habla de precariedades, de recortes y del alto costo de la vida en estos días. A pesar de ello, la cruda realidad pareció congelarse en el tiempo para hacer una pausa en la crisis y vivir la vida en abundancia, desenfreno y aquel desenfado espontáneo que sólo lo ofrece la bonanza cuando el dinero sobra o deja de ser tema de preocupación en una familia, al menos por cuatro días.

Con dinero o sin dinero, cada año todas las familias encuentran la forma de disfrutar los días de vacaciones que aunque inicialmente estaban destinados a la reflexión y al encuentro con Dios, la realidad es que las iglesias acogen cada vez a menos feligreses y las playas, ríos y balnearios siguen abarrotándose más y más. La reflexión, el recogimiento, el rosario y el Padre Nuestro se han mudado para Jarabacoa, Constanza, Terrenas, Punta Cana y Cabarete o en su defecto se llevan a Cristo en el corazón para las piscinas de Roberto o el Piscinazo en Santiago.

Los que se van, los que hacen líos para salir, los que pueden, los que se quedan y los que eligen por convicción quedarse en la ciudad huyéndole al gentío y al molote, descubren el domingo que no se acaba la vida. Que por buena suerte, la Semana Santa con todo su ajetreo tampoco pudo acabar con nosotros.

La misma ciudad que ve a su gente escapar, hoy lunes la recibe con los brazos abiertos, entre tapones, desvíos, mucho polvo, humo negro, carriles cerrados y zanjas a medio terminar pero cada uno de nosotros felices por estar en ella y no ser parte de las estadísticas.

Feliz regreso a la normalidad, al batallar y a la necesaria rutina de echar el pleito dignamente con la vida. Aunque después de la tormenta de Semana Santa no le garantizo la calma, le aseguro que el poder leernos, le paga con creces el hecho de saberse vivo y la posibilidad de empezar a organizar desde ya su escapada en el próximo fin de semana largo.

TWITTER: CERCANIA PELIGROSA


El Excelentísimo Señor Presidente, Jefe de Estado, el hombre al mando de la nación, la placa 01 del gobierno, licenciado Danilo Medina, es simplemente Danilo. La Vicepresidenta, doctora Margarita Cedeño de Fernández, es para muchos Margarita, La Vice y en muchos casos hasta Margó. La magistrada fiscal del Distrito Nacional pasó a ser Yeni Berenice y a la figura formal del Procurador General de la República se le omite la solemnidad y se le llama Domínguez Brito y a veces hasta Francisco. Ni hablemos del respeto que debe inspirar un ex mandatario de una nación si al doctor Leonel Fernández le llaman desde Leonelito hasta El Príncipe, por no abundar en detalles y dejarlo de ese tamaño.

Esa informalidad que nos acerca tanto y cobija un trato tan familiar como de amigos íntimos, se le debe a Twitter. Millones de usuarios en línea, siguiendo a grandes personalidades del medio político, jurídico, artístico, activistas, periodistas nacionales e internacionales, con la libertad de enviar mensajes, a veces con suerte interactuar con ellos y difundir información colocada por las mismas estrellas en la red.

En el patio, a nivel local, Twitter es el escenario de aquella cercanía con el pueblo y también de muchos desaciertos. Desde las faltas ortográficas en un tuit de El Cardenal, el fallo del primer tuit del jefe de la policía, una presentadora engañada por un apuesto pero falso hombre, los chismes entre las mujeres del medio y hasta los suspiros que roba El General del Amor. Todo colgado en las redes, a la distancia de un click y visible para todo el que quiera leerlo.

Puede no gustarle, puede negarse a usarlo pero hay que reconocer que Twitter se ha convertido en un submundo útil pero igual dulcemente peligroso. Un diario de vida que en cualquier momento puede hasta ser usado en su contra porque refleja, en muchos de los casos, la esencia del ser y el desahogo de la personalidad. Una herramienta fabulosa que ha demostrado con hechos el enorme poder que tiene cuando se trata de convocar, de movilizar y de reivindicar luchas.

Pero esa peligrosa cercanía que nos pinta a los artistas y a los políticos tan cotidianos y nuestros, que da la falsa sensación de familiaridad y que resulta en ocasiones tan permisiva que raya en lo ofensivo, puede convertirse en un arma de doble filo para seguidores y seguidos.

Un error tan ortográfico como histórico y la distancia en términos de tiempo entre Francisco del Rosario Sánchez y Juan Sánchez Ramírez puede costarle muy caro entre los tuiteros, que somos, y me toca incluirme aquí, críticos ácidos por excelencia. Pero en la misma medida, la soberbia y la prepotencia en mayúsculas no han sido nunca las mejores amigas a la hora de responder un tuit donde debe reinar la humildad y la diplomacia a un seguidor que aportó su voto para hacerla la segunda persona al mando de una nación.

Recuerde que todos fuimos Hi5, todos pasamos por Facebook y que la permanencia en Twitter no se compra con seguidores fantasmas o “huevitos”. Se les debe el favor y el agradecimiento a los seguidores que nos conceden su paciencia, tiempo y dedicación desinteresada para leernos, retuitiar, soportar el lapsus de una asistente perdida en el tiempo y la historia y la prepotencia innecesaria en una respuesta poco diplomática e injusta a un seguidor que a fin de cuentas todos sabemos que NO es su compadre. Apuesto mis valiosos seguidores a que la diplomacia y la altura no le fallan si el tuit viniera de alguna cuenta verificada. Bájele algo, mi vice! Así no, Margó!

SEIS DISCURSOS AL AÑO, PRESIDENTE.


La sensación de desamparo y de patria que anda huérfana de dolientes se dispersó el pasado 27 de febrero cuando el Presidente Danilo Medina pronunció su discurso de rendición de cuentas en el Congreso Nacional.

Si falta luz en el país, no importa porque la lucecita de esperanza que faltaba en los barrios se encendió con las palabras del mandatario luciendo enérgicamente sus aportes; los miles de millones de pesos y las astronómicas sumas que casi causan mareo en quienes a esa hora no tenían los cheles para comprar la comida de ese día, nos hizo olvidar el hambre y el desempleo que aniquila los sueños de miles de dominicanos; los logros de esta gestión con apenas seis meses de gobierno nos hizo sentir a todos que como país avanzamos, a pesar de tantos hombres matando mujeres y asaltos a plena luz del día.

No estoy segura si el humilde acento sureño o la forma tan llana de Medina es la que ha conquistado al incrédulo pueblo pero lo cierto es que ese miércoles casi todos terminamos danilistas y con la esperanza en alto. Así como cuando hasta la poca destreza leyendo en el prompter le lució al Jefe de Estado y la diferencia entre Medina y Leonel Fernández obligó al pueblo a compararlos.


Por vez primera en mucho tiempo un aire de esperanza se asomó y a diferencia del 16 de agosto del pasado año cuando Danilo asumió el poder, esta vez procuró no dañar el momento con anticuados decretos nombrando y moviendo los mismos nombres en desuso y llenos de decepción que le bajaron la nota a los dominicanos. El discurso lo dejó tan bien parado y con tanta aceptación entre la gente que resulta conveniente que el Señor Presidente siga disfrutando de esa luna de miel que no tuvo en agosto.

Al parecer hay voluntad de hacer las cosas bien y quizás de hacer lo que nunca se ha hecho, aunque los ministros derrochadores y los legisladores que aprueban leyes sin leerlas se empeñen en hacer lo contrario. Cierto que ya tenemos el reñido 4% que corresponde a educación, que el mismo Danilo Medina emplazó a la Barrick Gold para que se revise el funesto contrato que sólo ha brindado pérdidas y desventajas a la nación y que el macabro plan que se gestaba en Bahía de las Águilas ya es parte de la historia. Todas victorias para el país, para los dominicanos y de paso para la imagen del mandatario.

Queda cruzar los dedos para que con los acostumbrados cambios en el tren gubernamental el Presidente no dañe lo que tanto esfuerzo le ha costado lograr y lo que con su constancia y coherencia se ha ganado. Recordarle también que el pueblo le ha otorgado el beneficio de la confianza a él pero que ése es un carnet que hay que renovarlo todos los días con hechos.

Si un discurso tan rico, tan aterrizado y humilde, ha sido capaz de brindar esperanza a los dominicanos y a hacerlos sentir acompañados en la travesía, no estaría mal que lo repita al menos cada dos meses. Eso sí, sabiendo Danilo Medina que con sus palabras se emplaza a sí mismo a seguir haciendo las cosas bien.










LA MEDIA HORA MAS LARGA DE MI VIDA


Treinta minutos tardé exactamente en llegar a mi casa. Treinta minutos que parecieron una eternidad. La tarde del jueves que se portaba complaciente, a pesar de tener el carro en el taller por segunda vez en un mes, había alcanzado para hacer todas mis diligencias, logré zafarme de los tapones en las grandes avenidas, almas generosas se habían encargado de trasladarme cómodamente y el tiempo alcanzó hasta para una charla y café con mis hermanas.

Marcando casi las seis de la tarde de aquel casi perfecto jueves, decidí jugármela y llamar un taxi para llegar a casa. Quizás no era la salida más cómoda para mí, pero sí la más justa para los que me habían servido de chofer hasta ese momento y que merecían un descanso. Entre lo práctico de no tener que manejar y la destreza de los taxistas para evitar tapones y semáforos, la idea puesta de esa manera no sonaba tan mal. La flojera que provoca montarme con un completo extraño se disipaba con el consuelo de llegar rápido a casa y encontrarme con mis hijos y mi familia. Aunque por poco y no llego.

La pesadilla empezó desde que abordé y saludé gentilmente y su respuesta fue el silencio. Debí bajarme, debí hacer caso a la intuición que me susurraba al oído que me encontraba frente al máximo altar a la mala educación. Bastaba con verle la cara de pocos amigos al taxista para concederle la razón a aquella corazonada.


Nos recibe el tapón de la Kennedy, como un presagio de lo que estaba por venir. Sin música de fondo, más que los bocinazos que pegaba aquel muchacho, los improperios que gruñía entre dientes y que gritaba con rabia a los conductores, con el cristal siempre abajo, como para evitarse la fatiga de estar constantemente abriendo las ventanas para agredir verbalmente a quien se metiera en su camino.

Con una agilidad casi acrobática se las iba arreglando para no cederle el paso a nadie, cerrar el camino sin distinción alguna de hombre o mujer y cuando fue necesario, en tres ocasiones, tirarle el carro encima a otros choferes como en venganza por haber logrado colarse y tomar ventaja de la distancia de un vehículo…tremenda ventaja!

Entre malas palabras, la amargura de un hombre oxidado, los frenazos que intentaban aturdirme y mi arrepentimiento que casi me obligaba a bajarme en la primera esquina y tomar otro taxi o caminar si era necesario para sacudir aquella energía negativa que intentaba nublar mi existencia.

La cosa llegó dónde iba cuando por escasos centímetros una camioneta que cambiaba de carril casi le choca el Toyota al taxista, que como si se tratara de una lucha personal, vilmente le cerraba el paso. Intentó sacar una pistola mientras frenaba de golpe y amenazaba al chofer vecino con darle cuatro plomazos.

Si de algo yo estaba segura es de que ese día yo no salí con planes de matarme, muchísimo menos en una pendeja discusión por un carril en una vía pública y por supuesto que se lo dejé saber de manera muy enérgica.

A él le costó bajar la marcha, calmar la actitud y cambiar de tema con su clienta. A mí, me costó el sobresalto de chocar de frente con la triste cultura de violencia que nos arropa en todos los niveles y que parece ir ganando la batalla. Por suerte, antes de finalizar esa semana conocí a Erick, un taxista decente, conversador, del escaso grupo de los que ceden el paso y él se encargó de reivindicar la imagen de sus colegas y borrar aquella amarga experiencia de mi memoria.