lunes, 6 de enero de 2014

MANDELA, LA SONRISA DE SIEMPRE



La política, vista desde las gradas, ha sido parte de mi vida desde siempre. Sin esfuerzo alguno crecí entre libros de Marx y Enver Hoxha, fotos de Fidel y El Ché; los nombres del presidente Mao y Lenin eran tan familiares escucharlos como las otras cosas que me ocupaban de niña y adolescente. Recuerdo vívidamente la caída del Muro de Berlín mientras lo veíamos por televisión en la antigua casa de mi niñez, de esos episodios que marcaron mi memoria y de los que me siento orgullosa de atesorar.



Uno de esos momentos, sin duda alguna, fue la salida libre de Nelson Mandela tras 27 años de prisión en condiciones inhumanas, acusado de traición y condenado a cadena perpetua. No sabía con certeza de qué se trataba y al igual que el Muro de Berlín, despertó en mí una curiosidad, inusual para mis años, que me llevó a preguntar con afán de qué se trataba todo aquello. Entendía sólo lo que mi corta edad me permitía entender, sin importar el esfuerzo y las palabras llanas que mi papá con dulzura empeñaba para explicarme y saciar aquellas preguntas tan peculiares.
Por alguna razón, recuerdo el pelo bañado en gris plata, el puño en alto saludando a su gente en actitud de victoria y el detalle que marcó mi recuerdo eterno de Mandela, la sonrisa que desbordaba el rostro de aquel hombre y que se hizo parte de la imagen de Madiba cada vez que llega a mi mente.

Si la sonrisa es un reflejo del alma, entonces Mandela debió poseer el alma más inmaculada y honesta de toda la humanidad. En sus años de lucha por reivindicar derechos de sus hermanos negros, en los años de cárcel en aquellas condiciones infrahumanas, sus tiempos de libertad y los últimos años, aún en condiciones muy deterioradas de salud, mantuvo la sonrisa que hablaba de paz, de calidez y de amistad que invitaban al cariño aún sin conocerlo.
Y es que el amor y la amistad acompañaron a Mandela desde principio de su lucha. Así lo demostró desde siempre, cuando su partido presentó en 1955 un programa de gobierno que planteaba, entre los derechos de los sudafricanos, una política de amor y paz que creía en la negociación y no en la guerra entre los pueblos y que creía fielmente en la re-eduación y no en la venganza de aquellos que debían ser reformados en las cárceles. En un sangriento ambiente de persecución y de injusticias, hacerse grande apelando a los medios para abrir las puertas del aprendizaje y la cultura, hablan de una mente que trasciende la simple calidad humana y que lo coloca por encima de la generosidad de corazón y la entrega desmedida en nombre de hacer justicia con los hombres.
La dimensión de Mandela puede medirse no sólo por la actitud de duelo en todos los rincones ante la muerte de un líder del mundo. También por la entereza de un hombre, que en un caso extraordinario como fuera de esta galaxia, se hizo grande a punta y filo de lealtad a sus ideales, fiel a sus hermanos, los oprimidos de su pueblo y logró resistir con tal integridad física y moral tantos años de adversidades y aún así conservar siempre la sonrisa que lo hizo tan grande y tan humano.

Tenacidad, entereza, voluntad y coraje se resumieron en un sólo hombre que deja un legado incalculable demostrando que con humildad, bondad y firmeza se llega más lejos que con pugnas y contiendas. Hecho con el mismo material que hacen a los héroes y que tanto escasea en estos tiempos, a diferencia de los guerreros que exhiben sus armas y sus espadas en postura gallarda, Mandela se exhibió con humildad y grandeza vistiendo como sus únicas armas la modestia, la paciencia, el amor y una eterna sonrisa que nos hará recordarlo por siempre como el eterno abuelo de nuestros corazones.
Hasta siempre, Madiba!

LA VIDA NO ES COELHO NI CUAUHTÉMOC



Como un grito de guerra al unísono retumban las frases célebres de escritores como Paulo Coelho y Carlos Cuauhtemoc Sánchez abanderados, entre otros muchos más, de una nueva onda de autores de los llamados libros de superación personal. En Twitter, en Facebook, Instagram, en boca de modelos y por supuesto, brillando de manera estelar en los concursos de belleza.

En los últimos años se ha desatado una moda que apunta al individualismo y que manda a apartarse de la colectividad, un afán constante por centrar el motor de la vida en cada uno de los seres humanos como una máquina poderosa capaz de todo y poseedora de una fuerza desconocida por el mismo ser. Apartados del equilibrio.

Soy de aquellos que cree firmemente en la motivación, soy testigo fiel de cómo trabaja la mente ante el empujoncito que ofrece una frase que marque el ritmo del camino y cuando falla el ánimo, cómo unas palabras del más inesperado amigo, trabajan la mente de forma positiva y nos conceden la fuerza para terminar.
Pero lejos de aquella sana motivación, centrar el mundo en torno a uno mismo, raya un poco en el egocentrismo y el narcisismo. Y como van las cosas en este mundo, dividido entre violencia, drogas, corrupción y desamor, lo que menos se necesita es un toque de egoísmo y de pensarse omnipotente. Precisamente ahora cuando se lucha contra gente que se cree dueña de otros, hombres con aquel sentido de pertinencia tan desmedido sobre las mujeres que se creen con poder de perdonarles la vida o matarlas escudados en el funesto “si no es mia, de nadie!”.
Ahora, cuando la vida no vale nada para quienes no han entendido que vivir en sociedad no es un asunto de uno, sino de muchos, en lugar de formar guerreros que salen a las calles a hacer que las cosas pasen, la realidad marca que se fomenten valores orientados a vivir en paz, al respeto al prójimo, a la tolerancia y a buscar la forma de criar en amor.
Con tanta gente ávida de triunfos y de logros, la moda de la superación personal y las charlas motivacionales se han convertido en un negocio prometedor y quienes se venden como baluartes de la entereza y la perseverancia han sido endiosados. Entre el coaching, los pastores, los diamantes, los negocios de pirámides, el maestro de la astrología, el que da los números y cualquiera que despierte un día con ganas de ser psicólogo o psiquiatra, parece que juegan con la necesidad de muchos.
Casi todos hemos estado ahí frente a esos libros. Hace años pasé páginas de “Juventud en Éxtasis” y “Chocolate caliente para el alma”, pero en lo personal ni lograron engancharme ni creo deberles el favor de algún logro en mi vida. Asistí hace poco a una conferencia con ese mismo corte motivacional para atletas y tras mas de una hora de escuchar sus opiniones, su punto de vista y sus experiencias, terminé confirmando otra vez que los consejos y la superación de cada quien es totalmente personal y relativo.
La experiencia sólo la conceden los años, las malas jugadas, la vida en toda su esencia con lo bueno y con lo malo. Nadie aprende a montar bicicleta sentado en la banca mientras mira a un experto ciclista pedaleando. La única manera de aprender a vivir es viviendo y la vida no está sólo en las páginas de Coelho y Cuauhtémoc, la vida es aquí y ahora.

LA GENTE NO OLVIDA



Sentada compartiendo entre tragos y comida con un grupo de buenos amigos, debatíamos de manera muy distendida grandes escándalos que han marcado la sociedad dominicana. Gente joven que entre todos, el mayor quizás no alcanzaba los 44, hablábamos con detalles tan acabados de aquellos hechos y de gente que siempre ha sonado.
Entre Rahintel, La Guerra de las Papeletas, El Hombre del Maletín, El escándalo BANINTER y el grupo de banqueros pasando hasta por las famosas sentencias del Juez Severino.
Se hablaba de la diferencia abismal entre los hechos a los que alegadamente se les señalaba en aquellos tiempos y a los montos y acciones que hoy se dilucidan en tribunales y medios de comunicación que se le atribuyen a personajes a modo de secreto a voces sin que nadie mueva un dedo. Nos atacó la duda de cuál habría sido el destino de aquellos que enfrentaban justicia en esos años de haber enfrentado esos hechos en tiempos de ahora?
Días antes conversaba con alguien a modo de nostalgia y entre fotos y canciones de antaño, de esas que evocan a mi infancia mientras sentada en piernas de mi papá escuchabamos “Percal” en la oscuridad de un apagón de los años 90, hablábamos de novelas, series, grandes personajes y sucesos que recordábamos de los años de niñez. Esa tarde terminó bañada en recuerdos, añoranzas y romance de tiempos mejores.
Los dos hechos, separados en escenario y tiempo, me desmontaron la teoría aquella de que el tiempo se encarga de sanar las heridas y que con los años uno va olvidando y desgastando la memoria hasta que olvida por completo. No es del todo cierto. Descubrí que quizás esa amnesia es selectiva o que algunas cosas causan tanto dolor que son imposibles de borrar.
Confieso que caer en cuenta de aquello ha sido todo un alivio. En 1996, cuando mis años de adolescencia brillaban de esplendor, el horroroso crimen del niño José Rafael Llenas Aybar marcó un antes y un después en la consciencia de todos los dominicanos, que hasta ese momento no conocíamos que tanta saña y tanto odio podría venir de un ser humano. Leer en estos días, que uno de sus asesinos, por si fuera poco primo del niño asesinado, elevó un pedido de libertad condicional ante el tribunal correspondiente por haber cumplido más de la mitad de los 30 años de sentencia que le dictó la corte, me espantó.
La remota posibilidad de que un juez emita un fallo a favor de uno de los asesinos de aquel horrendo crimen, me asusta. No por el puro hecho de favorecer a quien no merece la mínima dosis de consideración, por no haberla tenido ante la mirada inocente de un niño ajeno a sus perturbadas mentes, sino por el hecho de que actos inhumanos como esos sean literalmente galardonados con un fallo a favor.
La imagen inmaculada del rostro de José Rafael en aquella foto que recorrió tristemente las calles de cada rincón del país, el dolor inconsolable de unos padres y una familia completamente destrozada, una sociedad conmovida a todos los niveles y literalmente movilizada para dar con la trágica realidad del hecho sangriento, la impunidad de los Palma, el sadismo, el sinismo y la ausencia de arrepentimiento en aquellos que mataron a José Rafael siguen fresca en la memoria de todos nosotros.
Puede que con los años se perdone pero que no se olvide. Y en este caso, todavía es muy temprano para hablar de perdón.

ODISEA DE UN PEATÓN



Ya mucho nos hemos quejado de los tapones y la peculiar manera de conducir en las calles dominicanas. El muro de las lamentaciones de los que pagamos la gasolina más cara del mundo, no aguanta un picazo más de quejas y malhumor. Los viernes, sin distinción de los precios del petróleo en mercados internacionales, el pánico y la incertidumbre se apodera de nosotros cuando Industria y Comercio anuncia las alzas, el congelamiento o las muy inusuales rebajas en el costo de los carburantes.

Sin embargo, echando a un lado el pesar cotidiano de ser chofer aquí, son los peatones quienes llevan una carga pesada en esta historia. Muchas historias son las que escucho entre compañeros de trabajo, amigos, gente conectada en las redes sociales y las noticias que se leen en los medios sobre las dificultades que enfrenta quien anda a pies en esta ciudad pero entre escucharlas y vivir la experiencia a medias de ser un peatón en este país, la diferencia es abismal.

El irrespeto, la total ausencia de la cortesía y los buenos modales, la inestabilidad y  la impotencia son algunas de los conflictos con los que debe lidiar el peatón que sale cada día de su casa a moverse en esta urbe por necesidad o por gusto.

Cruzar una calle es una aventura. Toparse con alguna alma noble que se digne a parar el curso del tránsito por unos segundos y que esté dispuesto a escuchar toda clase de improperios de quien conduce el vehículo de atrás, es casi jugarse la vida a la suerte. Una mujer embarazada, ancianos, desequilibrados mentales, niños, estudiantes, sin distinción alguna aquí la gente simplemente no cede el paso.

Sin temor a equivocarme creo que somos el único país en el mundo donde las personas no videntes que hacen un esfuerzo sobrehumano para realizar sus tareas cotidianas con cierto grado de normalidad, tienen que casi tomar las calles para que sean escuchados sus reclamos exigiendo a los ayuntamientos y a la ciudadanía en general que mantengan las aceras limpias y libres de basura que obstaculizan su tortuoso paso por las ya complicadas vías de esta ciudad.


Gente que no sólo tiene que lidiar con la incomodidad de transportarse en un sistema ineficiente, inseguro y en pésimas condiciones sino que también vive su cotidianidad a riesgo de los mal llamados dueños del país que a veces por puro capricho aumentan los precios del pasaje, paralizan el transporte o terminan sus piquetes a pedradas y a balazos.
Y ni hablar de la estampa del chofer que abunda en las movidas calles de Santo Domingo que al volante de cualquier modelo 1982 anda y desanda la capital cual si fuera el dueño de las vías. Con aquella actitud de “yo soy jefe porque si”.


Por suerte, no están tan solos. Los que manejan tambien tienen que lidiar con esos trastornos, quizá no entre los esprines oxidados y amenazantes de algún Datsun, el calor sofocante de un vehiculo cargado de gente o el peligro que los acecha de un tanque de gas que puede explotar en cualquier momento, pero sí desde su propia perspectiva. Que la paciencia esté con ustedes y con nosotros también.

CUIDADO CON EL KARMA, DOMINICANOS



Para definir el karma los gringos tienen una frase que reza “what goes around, comes around” que en un inglés de muelle va más o menos como que “lo que va, viene”. Precisamente, entre gringos y karma, la frase es lo primero que viene a mi cabeza cuando pienso en la controversia que ha desatado una sentencia emitida por el Tribunal Constitucional que niega la nacionalidad dominicana a quienes nacen aquí pero cuyos padres extranjeros se encuentran en el país en situación de transito, incluso de manera retroactiva.
Como todo en la vida, hay quienes defienden a capa y espada la decisión del tribunal y en un tiempo record han convertido en cliché las palabras soberana e independiente. Otros, defienden el derecho de cada uno de nosotros de tener una nacionalidad y no dormir en el letargo del limbo jurídico condenados a ser apátridas toda la vida.


Siendo honesta, me había negado a mi misma el permiso para escribir del tema y me había impuesto una inútil auto censura por varias razones, suficientes en su momento, como para justificar aquella línea editorial que yo misma traté de llevar a cabo. Sin lugar a dudas, es un tema muy delicado que despierta pasiones de todo tipo, con un millón de matices que le impiden ser blanco o negro y que por ende, se hace imposible analizar con miras a encontrar una salida justa. Siempre habrá quien pierda y ya se sabe que a nadie le gusta perder.

Desconozco de temas jurídicos y sería una falta grave a quienes se han pasado años en una universidad y ejerciendo en tribunales, que ahora yo quiera hacer de periodista y abogada como si se tratara de un dos por uno en un supermercado. Pero sin ánimo de usurpar funciones, retumba en mis oídos la palabra retroactiva y de repente, cobra sentido en mi cabeza.

El tema haitiano, más allá de ser visto puramente migratorio, envuelve tanto drama humano, tantas precariedades y dolencias, que las leyes y los tribunales se quedan cortos. Siempre habrá quienes queden insatisfechos con las decisiones que se puedan tomar en torno a esa situación y por ende, siempre habrá quienes las sufran en carne viva y la búsqueda incansable de una mejor vida y mejores condiciones humanas, no está supuesta a doler tanto y sufrir tantas humillaciones.

No pretendo sacrificar la esencia de lo que nos identifica, ni prender en fuego nuestra soberanía como país que nos distingue, no sólo de Haití sino de todos los países del mundo, pero cuando se trata de ser justos no creo que la justicia esté cómoda con la idea de despojar de nacionalidad a quienes nacieron aquí y reclaman su derecho de exhibir una identidad propia.

Se me hace imposible sacar de mi cabeza a los miles de dominicanos que salieron de aquí a perseguir literalmente una mejor vida y mejores condiciones para ellos y para quienes dejan aquí. En Estados Unidos, somos tantos que son capaces de definir elecciones y puestos en el tren gubernamental. No hablemos de España, Italia, Holanda, Alemania, Francia y Suiza, donde por años nuestras mujeres no eran vistas con buenos ojos y los hombres llegaban allá dispuestos a hacer trabajos que nunca se atrevieron a hacer aquí, que quizás equivalen al corte de caña que se niega a hacer cualquier dominicano en un batey en el este.

La diplomacia y las relaciones internacionales ciertamente no aceptan el karma como política ni como medida de conciliación ante conflictos de esta magnitud, pero con tantos compatriotas regados en el mundo completo y recibiendo nosotros tantas remesas que dinamizan la endeble economía de este patio, apelara a una salida más justa y menos traumática para quienes lo sufren y para quienes lo ven desde fuera, porque como dicen los gringos…”what goes around, comes around” y no precisamente del otro lado del Masacre.