Pocos seres vivos llevan un título tan bien ganado como los perros con aquello de “el mejor amigo del hombre”. Fieles, tiernos, amorosos, incondicionales, dulces, divertidos, sinceros y capaces de profesar un amor tan puro que nos puede marcar y recordarlos para toda la vida.
Cuatro perritos chihuahuas fueron la hermosisima herencia que nos regaló Chiqui, justamente igual que nosotros, tres hembras y un varón, como la forma más noble de honrar y agradecer el cuidado y esmero de la familia.
Pichu, una perrita blanca con unos ojazos negros que enamoraban y ablandaban el corazón del mas reacio; Chiluca, coqueta, flaca e inquieta como el que está al borde de un ataque de nervios, llamada así por un personaje en un capitulo de Los Picapiedra; Moye, de un negro intenso, la más dependiente y sumisa de todos que inspiraba arrullarla y cuidar de ella; y el gallardo Don Antonio, el más grande de todos, llamado así por el ex presidente Don Antonio Guzmán, con aquel porte elegante y de color gris con una mancha blanca en el pecho, parecía que vestía un traje, como haciendo honor a su nombre de Jefe de Estado.
Muchos perros más han pasado y cada uno ha dejado su historia en la familia. Gorda, era una fiel compañera de mi papá, que lo acompañó a sus pies incondicionalmente mientras escribía sus libros. Agustín, una hembra que nunca tuvo hijos y que desde cachorrita siempre lució como macho. Poporola, la devoción de mi mamá, que literalmente le brindó amor hasta el día en que murió a los pies de la cama de mami. Cuncuna, una luchadora que estuvo con nosotros por 19 años, y que a pesar de todos sus achaques siempre sacó fuerzas para mover su colita.Y a la fecha, Polola, Rocky y Muñoky que se encargan de repartir su dosis de amor a la familia.
Veterinarios, vacunas, costosas cirugías, baños colectivos, paseos por turnos, comida preparada con esmero, desparasitantes, y una fortuna en desinfectantes para mantener la casa en orden. Pero la parte tediosa de la responsabilidad deja como recompensa, largas jornadas de diversión, ternura, celosos guardianes y sobre todo, la más cálida bienvenida.
Aunque los perros requieren un serio compromiso para cuidar de ellos de manera responsable, con su entrega incondicional también nos regalan lecciones de vida de un valor incalculable. En tiempos en que el maltrato animal recorre el mundo de manera despiadada contra seres indefensos que solo están preparados para dar afecto, es el chance perfecto para darle la oportunidad a esos amores perros. Le aseguro que no se va a arrepentir y que el esfuerzo valdrá la pena cada vez que llegue a su casa y sea recibido con una fiesta de besos, ladridos y ternura al compás de una cola que sólo habla del amor.
¡Qué chulería de post, Paola! Yo también tuve perros toda mi vida. De hecho, la primera palabra que dije no fue "papá" ni "mamá", sino "Bocaca", el nombre del doberman que había en mi casa hace un bojotal de años. Luego de eso, uffff, a ver si los recuerdo: Bocaca, Blacky, Tino, Chuleta, Linda, Diana, Susy (esas tres con nombre de gente!), Pinky (pero era negra) y Nico. Después de Nico no he tenido más perros (hace más de 20 años de eso), pues cuando Susy (una poodle que dormía con mi madre) murió ella quedó demasiado triste y a Nico hasta lo regalamos (era hijo de Susy, y se le parecía mucho).
ResponderEliminarBonita historia, a ver si me animo a contar mi historia perruna :D