sábado, 30 de junio de 2012

NADIE PUEDE CON EL

Ya mucho he escrito sobre mi peculiar gusto musical y el papel protagónico que siempre ha jugado la música en mi vida. Para mí los días son música, el buen vivir lleva de fondo alguna tonada y mi gusto lo define el humor, el día, el trago y hasta la compañía. Puedo asignar una canción a cada momento importante y me gusta oxigenar mi mente entre canción y canción. De modo que no discrimino géneros, mis oídos no guardan exclusividad ni exquisitez alguna, no sé de música con escuela y de igual forma soy capaz de bailar al paso del son que marque el ritmo.

Puedo pasar de Serrat a Toño Rosario y de repente tararear a Mozart La Para sin remordimientos. Así me pasa con la bachata y esta semana mis días se resumieron a ella. Entre mi vecino que suena un amplio repertorio, la barbería de la esquina que hace gala de sus potentes bocinas y entre todas las que tocan las emisoras, debo confesar que terminé tomandole cariño y respeto a la bachata.

El pasado lunes tuve el chance de asistir a una fiesta de Anthony Santos, entre el ajuste de la guira, la guitarra maestra del Mayimbe y las letras tan dominicanas imposible no bailar. Lo que pude observar en mis escasos momentos de quietud en los que el ritmo asombrosamente pegajoso me daba chance, cambió por completo mi perspectiva de cara a la bachata.

A las 11 de la noche de un lunes cualquiera, boletas agotadas a pesar de los precios poco populares; una fila repleta de elegantes damas con vestidos y tacones, hombres con chaquetas o camisas estampadas a la moda; peloteros y lujosos vehículos; figuras políticas victoriosas y derrotadas; senadores, diputados y las infaltables muchachas del medio. Todos mezclados entre gente de distintos estatus social y económico, cantando y bailando cada una de las canciones de El Mayimbe de la Bachata. La escena no dejó espacio para dudas de que aquello de que la bachata es música de pobres sólo vive en la historia de los inicios del género cuando era blanco de la discriminación.

Con Anthony Santos confirmé la grandeza del carisma en un artista y lo dichoso que es todo aquel que lo posea y lo retribuya con respeto y humildad a su público. La pasión y la fuerza en cada tema asombran si se piensa en un hombre de raíces muy humildes que ha logrado mantenerse por tantos años en un medio tan exigente como el de la música.

Mi semana bachatera no terminaba cuando el mismo Bachatú ocupaba titulares que contaban de su reclusión en la cárcel del Palacio de Ciudad Nueva, a raíz de una demanda por un supuesto plagio. Lejos de golpear su popularidad, las emisoras sonaban sus canciones y esa mañana se hizo casi colectivo en los medios de opinión el rechazo a la medida. Y esa aceptación incondicional desinteresada, se llama carisma.

La bachata es hija del pueblo y lo de populacho en su música es precisamente un espejo de lo cotidiano en los barrios pobres y en casas de ricos, donde también cantan y bailan el “Voy pa allá” a todo pulmón y corazón. El arte como los pensamientos es libre y no nació para estar preso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario