sábado, 5 de mayo de 2012

DONDE ESTA LA PAZ?

Como el diablo a la cruz, así le huye la gente a la ciudad cuando llega la Semana Santa. Playas, ríos, montañas, cualquiera que sea el destino, el éxodo empieza desde el miércoles en la tarde y alcanza la cúspide el jueves santo al mediodia cuando las oficinas terminan la jornada de trabajo y los empleados salen como liberados del yugo opresor de la esclavitud para dejar atrás el único lugar que después de todo, guarda un poco de aquello de Santa que solía tener la semana.

Con la excusa de escapar de los tapones, del bullicio, del opaco concreto y el asfalto y en estos días de campaña, del caravaneo y el proselitismo, un gran porcentaje de los dominicanos abandona la ciudad para pasar los días en algún punto del interior persiguiendo la tranquilidad que usualmente brindan los campos, montañas y playas del país, cuando lejos de esa ilusión lo que sucede es que el caos se muda con ellos.
Los entaponamientos, el musicón, las imprudencias, los accidentes, las borracheras, el expendio desmedido de alcohol en los famosos drinks, los pleitos de marido y mujer con botellazos incluidos y la campaña con disco light y funditas disfrazadas de prevención se mudan con los vacacionistas para así prácticamente canonizar por cuatro días al año al caótico Santo Domingo.

Sin las voladoras y los choferes del transporte público recogiendo pasajeros donde le atrape la seña, cualquier trayecto que en días normales le toma una hora se resuelve en quince minutos; las calles vacías con un aire que raya en lo misterioso, como sacado de una película de suspenso; los bocinazos y las alarmas dislocadas dejan de sonar; los ruidosos motores del delivery toman un descanso; la guaguita que anuncia víveres y el que compra todo lo viejo se van de vacaciones y dan una merecida tregua al vecindario del estridente parlante que azota todas las tardes y el ambiente es coronado con un silencio y una tranquilidad que hacen que den ganas de celebrar Semana Santa dos veces al año.

Hipólito y Danilo dejan de ser noticia; no se conoce de encuestas; los sombreros de Margarita toman vacaciones; deja de importar si es Leo Núñez o Juan Carlos Oviedo; los apagones dejan de existir; no se habla de mulas y drogas; Industria y Comercio congela los precios de los carburantes; se olvida por esos días el tema de la corrupción y la vida de los dominicanos se resume a playa, sol, alcohol y comida en cantidades industriales, como si el mundo se fuera a acabar.

Fuera de los fatídicos boletines con el conteo de víctimas que emiten las autoridades y las cadenas de medios que transmiten e informan sobre la situación en toda la geografía nacional, la Semana Mayor nos da un respiro de cuatro días en los que hasta los periódicos dejan de circular. Los canales de televisión alteran su programación y entre películas desgastadas y La Pasión de Cristo, dejan de lado la cotidianidad y se olvidan por un rato las malas noticias, los debates, las opiniones y las novelas.

La desastrosa y cargada ciudad que se transforma en un remanso de paz para los que se quedan en ella se prepara para recibir el domingo  a los miles de vacacionistas que regresan a casa entre tapones kilométricos en los peajes como un presagio de la realidad que retorna. Mientras, los que nos quedamos aquí y nos deleitamos con la despejada ciudad y la utópica idea de lo que pudo ser, anhelamos con ansias que regrese la normalidad con todo y su caos, porque como dicen por ahí, hasta la belleza cansa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario