lunes, 16 de julio de 2012

MI LUTO, MI MIERCOLES, MI COMPROMISO


Entre los trágicos titulares que anuncian más muertes de mujeres en manos de sus parejas, la ciudad de Santo Domingo hizo un espacio y se vistió de luto el pasado miércoles. Aún entre las diferentes cifras de víctimas mortales que manejan la Procuraduría y los organismos feministas, la alarma se ha apoderado de los ciudadanos para gritar que de violencia ya estamos al tope.

Mi miércoles fue negro y asumí ese día de modo muy personal. Conozco del dolor de familias que han sufrido los feminicidios en carne propia y sé de hijos que les han arrebatado vilmente su derecho de crecer con su madre y en la mayoría de los casos, privados también del amor de un padre, porque el agresor termina con su propia vida. He conocido testimonios de mujeres sobrevivientes de violencia de género e intrafamiliar que se le han escapado de tablitas a la muerte y de la angustia que trae consigo vivir con el enemigo.

Ese día ví mujeres vestidas de negro y por primera vez el luto trajo a mí cierto aire de triunfalismo para robarme una sonrisa porque escasas veces la sociedad logra coincidir en sus reclamos y agrupar conciencias sin distinción de género, raza, estatus social o partido político. El día se vistió de negro a pesar del sofocante calor de temporada y por encima del pesimismo de algunos que para justificar quedarse de brazos cruzados alegan que una movilización frente al Congreso no va a resolver la crisis de tajo.

 Saberme expuesta, porque todas de una manera u otra lo estamos, a una tragedia de esta magnitud me mueve a solidarizarme y hacer los esfuerzos que sean necesarios para desarraigarnos de la cultura machista y agresora que se sigue anotando víctimas de sangre. 

Como ciudadana, como madre y como mujer me sobran motivos para reclamar el cese de la violencia, pero también asumir el compromiso de educar en casa a mi hijo de 3 años como un caballero que sabrá que a las mujeres no se les toca y que no son su propiedad; y hacer a mi hija una mujer consciente de que aguante no es amor y que tiene tantos e iguales derechos como el hombre.

A riesgo de pecar de ilusa y de soñadora, no pierdo las esperanzas de entre todos, dejar a la próxima generación una sociedad menos sangrienta y con niveles más altos de educación. Si bien no estamos cerca de lograrlo, con un reclamo de un 4 por ciento para educación que parece desvanecerse y perder intensidad en su amarillo y aunque los artistas y las infames figuras del jet set local insistan en hacerme perder el ánimo, no lo van a lograr. Me tranquiliza saberme de una generación de hombres y mujeres que alzan la voz, que estremecen las redes sociales y que acude a llamados civiles movidos por nobles causas. 

Mientras tanto, desde mi columna agotaré las letras que sean necesarias, acogeré el llamado de la sociedad y seguiré educando en amor abanderada fielmente al viejo refrán que reza “Tanto da la gota en la piedra, que termina por romperla”.

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