Entre
los trágicos titulares que anuncian más muertes de mujeres en manos de sus
parejas, la ciudad de Santo Domingo hizo un espacio y se vistió de luto el
pasado miércoles. Aún entre las diferentes cifras de víctimas mortales que
manejan la Procuraduría y los organismos feministas, la alarma se ha apoderado
de los ciudadanos para gritar que de violencia ya estamos al tope.

Ese
día ví mujeres vestidas de negro y por primera vez el luto trajo a mí cierto
aire de triunfalismo para robarme una sonrisa porque escasas veces la sociedad
logra coincidir en sus reclamos y agrupar conciencias sin distinción de género,
raza, estatus social o partido político. El día se vistió de negro a pesar del
sofocante calor de temporada y por encima del pesimismo de algunos que para
justificar quedarse de brazos cruzados alegan que una movilización frente al
Congreso no va a resolver la crisis de tajo.
Saberme
expuesta, porque todas de una manera u otra lo estamos, a una tragedia de esta
magnitud me mueve a solidarizarme y hacer los esfuerzos que sean necesarios
para desarraigarnos de la cultura machista y agresora que se sigue anotando
víctimas de sangre.
Como ciudadana, como madre y como mujer me sobran motivos
para reclamar el cese de la violencia, pero también asumir el compromiso de
educar en casa a mi hijo de 3 años como un caballero que sabrá que a las
mujeres no se les toca y que no son su propiedad; y hacer a mi hija una mujer
consciente de que aguante no es amor y que tiene tantos e iguales derechos como
el hombre.

Mientras
tanto, desde mi columna agotaré las letras que sean necesarias, acogeré el
llamado de la sociedad y seguiré educando en amor abanderada fielmente al viejo
refrán que reza “Tanto da la gota en la piedra, que termina por romperla”.
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