Con
apenas un año de nacido, mi hijo Rafael Eduardo era capaz de darle golpecitos a
la güira con una destreza que nos dejaba perplejos a todos en la familia y que
ante la presencia de cualquier visita se convertía en la atracción del momento.
Entre risas, baile y a ritmo de guira, sin importar la sobriedad del visitante
o la carga política del tema que se tratara en la sala de casa.
A
los tres años había que bajarle un viejo acordeón que guardamos en casa como
reliquia para que él jugara a sacarle notas. Todo apuntaba a que el muchacho le
podría gustar la música o quizás nos estrenaríamos en la familia con un
merenguero típico. Con el tiempo caí en cuenta de que aquella afinidad que
demostraba, y que tanto nos gustaba, era el reflejo del entorno en el que mi
hijo se ha criado y el patrón que ha observado en la figura de su abuelo. Mi
familia y mi hogar son sinónimo de merengue de tierra adentro y ese ha sido
precisamente el ejemplo de alegría con el que Rafael Eduardo ha ido creciendo.
El
cuadro hace honor a la frase “Predicar con el ejemplo”. Tan desgastada y
convertida en cliché, como en desuso en la práctica en estos tiempos. Como
sociedad andamos lejos del buen ejemplo y así lo demuestran los hechos. Un joven
de 18 años, estrangula a su pareja, una niña de 12, para impedir que los padres
de ésta se la llevaran a vivir fuera del país. La tragedia es una crisis de
principio a fin, contando el hecho de que dos niños fueran pareja y
compartieran un compromiso tan serio y tan cargado como la convivencia; que la
comunidad consintiera o ni siquiera se inmutara ante la situación; las razones
tan grandes que llevaron a ese jovencito a quitarle la vida a una niña que
había emprendido la ardua tarea de ser mujer sin siquiera conocerse a ella
misma y cuando su cuerpo aún no se ha formado; que la falta de esperanzas haya
empujado al joven a colgarse en el patio de su casa como la única salida
posible a un problema y lo peor, que el suceso no pase de ser un funesto
titular de un martes en los periódicos porque las tragedias ya nos tienen
anestesiados.
El
hecho no merece ni el enojo y de poco sirve ya la indignación y el lamento.
Nada resuelve desearle el más ardiente de los infiernos al agresor o pensar en lo
que pudo ser y no fue. El episodio llama a la reflexión profunda de todos
nosotros como sociedad, a cuestionarnos cuál es el ejemplo que damos y qué
aportamos a la colectividad, a no limitar la educación exclusivamente a los
hogares y a revisar minuciosamente el mensaje que enviamos a los que vienen
subiendo.

Hagamos
el esfuerzo honesto para que la sangre y la violencia no se vuelvan moda y para
que la muerte no sea el modelo con el que van a subir los hijos de hoy. Cuidado
con el ejemplo!
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