Como sacado de los años de la represión política en
era de Balaguer, de aquellos tiempos en que los cascos negros eran símbolo de
terror; cuando la infame Banda Colorá se mantenía al acecho de los hombres y
mujeres de ideales nobles y firmes para salir de cacería y enlutar a tantas
familias, como en efecto lo hicieron; cuando el caliezaje rondaba la esquina
con descaro y cuando las huelgas encendían Capotillo como reflejo de un pueblo
hastiado de burlas y humillaciones. Allí nos remontaron las imágenes de una de
las tantas Cadenas Humanas que se han montado en los alrededores del Palacio
Nacional y que terminó en un burdo atropello contra gente que sólo estaba allí
de manera pacífica ejerciendo lo que por legítimo derecho les corresponde a
ellos, a usted, a mí y a todos.
El episodio del martes se tornó insoportablemente
indignante. Ver gente de un historial de lucha incansable siendo víctimas de un
atropello atroz entre golpes y empujones
sin el más mínimo respeto ni consideración, sólo habla de un Estado que
desconoce el respeto y el ejercicio pleno de los Derechos Humanos.
Más allá de
la ignorancia y el desconocimiento de gente de uniforme, disfrazada de policía,
que responde a un sueldo que no les permite pensar, apena ver a mujeres
uniformadas arremetiendo contra otras mujeres en nombre de cumplir órdenes
superiores.
Gente cuyo único pecado ha sido ejercer un derecho
pleno y establecido desde hace años, de manera pacífica, en uno de los actos
más humanos como tomarse de las manos con el único objetivo de reclamar
justicia ante un escándalo de corrupción de magnitud mayor y que al parecer, se
ahoga y muere entre papeles y burocracia.
De igual modo como la Constitución, esa misma que se
ha modificado al antojo y los intereses de todo el que se sienta allí, bien
consagra el derecho a manifestación pacífica que desde hace semanas lleva a cabo
esta gente que dejan sus hogares, sus familias y salen a protestar en beneficio
de todos nosotros, incluyendo los mismos policías que responden a golpes y
empujones, porque no los dejan pensar.
Con estas acciones, el gobierno insiste en hundirse y
jugar con fuego, mientras goza su borrachera de poder y queda muy claro que
carecen de la conciencia ciudadana para dejarlos ver que la represión se
reserva para reprimir delitos y no para conculcar y suprimir derechos.
Especialmente un derecho tan elemental como ese de protestar y alzar la voz de
manera pacífica.
Alguien que, por favor, les diga que la paciencia de
un pueblo, como la de los enamorados, también se agota y tiene un límite cuando
se hastía de abusos y atropellos injustificados como éste. Que la democracia,
de la que tanto se alardea, no se viste de macanazos ni empujones y que a la
voz del pueblo no se le calla con gas pimienta.

Ojalá el llamado a paz que elevó el mandatario
mientras encendía el arbolito y el espíritu navideño invadía el Palacio
Nacional, traspase los muros y jardines de esa casa y que llegue a todos los
que anhelamos paz y libertad en esta isla que solía ser de nada.
Estoy esperanzada en que los que bajan las rayas aquí
estén al tanto de que aquel tiempo en que la libertad se vestía de apartamentos,
funditas, muñecas y bicicletas, quedó enterrado en el olvido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario