lunes, 5 de septiembre de 2011

EL GUSTO DE COMPARTIR

Una visita a una heladería y una vuelta por el supermercado me pusieron a pensar en la importancia de compartir. En el primer establecimiento, una jóven de menos de 20 años, pero con las visibles huellas que deja el malpasar en el físico, se quedó corta a la hora de pagar una barquilla por falta de sólo 10 pesos. En esa misma semana pero en la caja de un supermercado, una señora que aprovechaba la funda de arroz en especial, entre nervios e incertidumbre la cuenta le toma por sorpresa y casi devuelve parte de los pocos productos, todos de primera necesidad, cuando la amable cajera le da el monto total y descubre que le faltan algunos 50 pesos.

La vida te prepara para enfrentar momentos como estos dependiendo de la formación en casa, del grado de humanidad que has aprendido por el ejemplo predicado y practicado por los padres y de la sensibilidad que guardes en tu corazón. Ayudas, o ignoras la situación y te haces de la vista gorda como que el asunto no es contigo.

Es una ley de vida aquello de que el que quiere compartir no duda en desprenderse de las cosas materiales y de que, por el contrario, el que no mira más allá de sus propias necesidades siempre encontrará una excusa para no hacerlo.

Desafortunadamente vivimos en un mundo regido por el individualismo y las personas movidas por la entrega y el desinterés se vuelven cada vez más escasas; mientras abunda la gente que urge de ese desprendimiento de corazón.

Ciertamente somos un pueblo solidario. Nadie puede negar que las grandes tragedias nos mueven, que existen miles de organizaciones que realizan loables labores, que suben muchos jóvenes movidos por esa entrega de corazón que dan a los que tienen menos. Pero más allá, existe el compartir cotidiano, la actitud de echar la mano y la capacidad de caminar con los zapatos del otro.

Lo que es poco para usted, le resuelve la vida a otra persona. Desde un plato de comida hasta una mochila del año pasado que su hijo se niega a llevar al colegio este año. De igual forma como usted no espera domingo o diciembre para estrenar, no espere tragedias para donar ropa de su vestidor. Basta con mirar a su alrededor para encontrar quien necesite de aquello que usted tiene. Y creáme, todos tenemos de ese algo.

Inculque a sus hijos la cultura del dar, del desprenderse de las cosas y enseñe con el ejemplo lo dichoso que nos hace el simple hecho de poder compartir con los demás un poco de aquello que se nos hace cotidiano. Economizar no se trata de ser mezquinos porque la pobreza no reside sólo en el bolsillo. No se trata de cubrir necesidades y menos de resolver los problemas de todo el mundo, pero sí de retribuir un poco la dicha que nos regala la vida, haciéndolo de corazón y abanderados siempre de la humildad silenciosa.

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