He hecho un esfuerzo por recordar cuál fue el primer libro que leí y a pesar de mi buena memoria ni asomo de aquel recuerdo. A los seis años papi y mami ya me compraban las fábulas de Esopo y aún guardo en mi cabeza hasta las ilustraciones de aquel libro grande que me compraron una mañana en la librería Fermín, a dos esquinas de mi casa materna.
Pocos años más tarde, mis padres me pagaban cien pesos por cada libro leído y comprendido, que para una niña en los años ochenta aquella suma era una fortuna que requería fina destreza para administrarla.
Cada libro es atesorado en mi memoria y cada uno de ellos tiene vida propia en mi imaginación y en mis recuerdos. Por ejemplo, en mi cumpleaños número 13 recibí como regalo una novela de Laura Esquivel con una dedicatoria hermosa que aún guardo entre mis más preciados libros.
Cada episodio de este romance tiene su historia y tiene su gente. Mi familia, mis amigos, profesores y compañeros cada uno se ha hecho cómplice de este amorío y ha hecho sus aportes a la lista. Por mi familia, puedo decir que crecí entre libros. Y es que en casa, sin importar espacio, los libros siguen teniendo su lugar especial.
De mis amigos he heredado infinidad de libros y en muchos casos, grandes amistades han nacido a partir de ellos. Al amigo Vianco Martínez le debo mi cariño por los clásicos, hace muchos años me motivó a leer a Victor Hugo con “Nuestra Señora de París”, una obra que no sólo la disfruto cada vez que la releo sino que despertó en mí el interés por el género. Con Raquel Inoa, conocí el mundo de Almudena Grandes, una pluma genial y moderna, todo por un famoso préstamo que me niego a saldar y que reposa en mi librero.
En el caso de los profesores, siempre me he considerado dichosa. A lo largo del interminable camino del saber he tenido el honor de contar con maestros que me han llenado de inspiración. Aunque siempre fui un caso perdido en matemáticas, las horas de literatura o lengua española se me hacían cortas. Entre todos, Doña Carmen en mis años del Liceo Estados Unidos fue una de las que más insistió en el hábito de la lectura y en presentarnos aquel fascinante mundo con tanta pasión y empeño a pesar del desinterés de una gran parte de la clase.
A mis 31 años me lamento de a veces no leer todo lo que quiero; de terminar los días tan agotada que el ánimo no alcanza para unos cuantas páginas mas y de que ir a una liberia a comprar mis libros con la entrega y dedicación de antes se haya convertido en un lujo.
Por suerte, con tantos avances tecnológicos en estos tiempos leer un libro sólo requiere de interés y en algunos un poco de voluntad. Y lo cierto es que fabricar el tiempo y hacer el espacio para el saber vale la pena. Les aseguro que una vez abierta la mágica puerta de la literatura se rendirán ante sus encantos y no tendrá mas remedio que vivir un romance de por vida seducido por las páginas de un buen libro.
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