A modo de poner en práctica la necesaria tolerancia, respeto a las personas que salen a las calles con la firme convicción de convertir a un simple mortal a una religión ajena a sus creencias y a su estilo de vida con sólo una conversación y citarle un par de pasajes de la biblia, interpretada justamente a la medida del predicador y su congregación.
Respeto y hasta cierto punto admiro la voluntad de quienes salen un domingo a tocar puertas en la ciudad para hablar de religión a aquellos pocos que les permiten entrar, a veces sólo por decencia y muchas veces corriendo el riesgo de que los ignoren, los insulten y los humillen. Aguantar ese fuete no es cosa sencilla, sobre todo si lo hacen dignamente. No hablemos del calor, la caminata y el peligro de ser asaltado, momentos en que la delincuencia no respeta edad, horario, credo o religión. Ciertamente admirable la constancia y el deseo, aunque no comparta el método.
Creo firmemente en que es necesario creer, sea cual sea su religión o convicción. También en la tolerancia y el respeto y le huyo al fanatismo. En la fé que es capaz de hacer posible lo imposible y creo ciegamente en las buenas acciones. Ellas nos hacen mejores seres humanos, y disfruto enormemente el sabor que deja en el alma hacer el bien sin mirar a quien. Soy firme creyente y seguidora de la buena fé que se expresa y se traduce en hechos.
Precisamente un acto de bondad me confirmó que la buena fé existe y que camina muy apartada del fanatismo y de la inútil insistencia en reclutar. Un sábado en la tarde, coincido en casa de mi hermana Ivelisse con la visita de una buena amiga que habia tocado la puerta vestida de angel y adornada de humildad, portadora de una acción llena de solidaridad, bondad y grandeza hacia mí y hacia mis hijos.
El gesto me dejó asombrada, agradecida, feliz y sobre todo ignorando el protocolo que se requiere en estos casos, como el que se queda a la espera del golpe de condiciones. No pude esconder todas estas emociones encontradas y ante mi mirada, como para terminar de asombrarme, mi amiga me aclara que hacer el bien hasta el cansancio es necesario para dar las gracias.
Me alegra no sólo recibir la bendición a nombre mio, de mis hijos y mi familia sino escuchar de boca de gente joven, con vida tan normal como aquellos que no visitamos una iglesia, decir que “en el mundo hay más gente buena que mala”, que “los hijos son la familia” y que “un corazón noble es suficiente para que Dios nos ame”, debo confesar que me da ánimo, fortaleza y me compromete a seguir ayudando al que lo necesite con todo lo que pueda, aún a riesgo de que me tomen el pelo o se aprovechen de mis buenas intenciones.
Los invito a poner en práctica la buena fé en todos sus actos y el desinterés en la entrega. No se dejen ganar la batalla por el egoísmo y les aseguro que verán la felicidad reflejada en una sonrisa y que eventualmente algún angel tocará a sus puertas.