miércoles, 18 de enero de 2012

ALMA Y CORAZON DE BARRIO

En los últimos años la gente ha asumido que nacer y crecer viviendo en un barrio es un insulto y hasta motivo de vergüenza. Aunque invadidos completamente por el dembow, el drink y la cerveza, los barrios de Santo Domingo mantienen intacta su esencia y su cultura clase aparte.

Constituyen un mundo de enseñanzas donde abundan las lecciones de vida, se desborda la solidaridad y el problema de un vecino es el problema de todos. A pesar de las excepciones, como en todos los casos de la vida, allí se encuentra a gente buena siempre dispuesta y atenta a brindar una mano en el momento que haga falta.
Allí, la crisis económica no detiene la buena fé y se mantiene la costumbre de pasar el plato de comida al vecino y de alimentar al perro que llegó, se adueñó de la calle y echa siestas debajo de un viejo camión dañado que ya forma parte del paisaje.
*Foto de Leo Grullón
Nací en San Antón, en plena Ciudad Colonial, entre casas de la era de los colonizadores y el misterioso aire cargado de las iglesias de los alrededores. Mi vida en el barrio ha estado marcada por personajes únicos y peculiares que han dejado su legado y que hoy me motivan a escribir. Sólo en el barrio encontrará a un Papito, el carnicero, que por su simpatía y junto a Manyolo se hizo el rey de las carnes y cada locrio y guisado llevaba su sello.
Solamente aquí, se encuentra con el repollo finamente picado a puro pulso que desde hace más de 20 años prepara Benjamín y que con esmero reserva la verdura y la auyama buena a la doña que le compra todos los días. Ni hablar de Dolores y Mamota, que vendían numeros de loteria y rifaban a domicilio, le pago si encuentra ese servicio en un exclusivo sector de millonarios.
El puesto de Yaniqueques del Yani; el colmado de Lolo atendido por Daysi; el botellero de voz aguda que compra las botellas todas las mañanas; el limpiabotas; la guaguita anunciadora con guineitos o la leche de vaca; Alberto La Gallina, un valiente electricista formado a pura experiencia de calle; Fello el carbonero, bajo el enorme limoncillo en la plazoleta; Martín Calembo que aún vive frente a Beatriz, una maestra consagrada que educó y disciplinó a la mayoría de los muchachos del barrio; El Marchante de las frutas, casi 30 años vendiendo en el sector y fiándole a los muchachos lo han convertido en parte de la familia San Antón.
Imposible no recordar a Calimán, un deportista que perdió la razón y recorría parte del Malecón y la zona corriendo de espaldas; La acera de Luis El Perro, que albergaba diariamente a los jugadores de dominó; Porfirio, dueño de una barra frente a la compra venta y barberia de Emilio. El infalible Raúl, por más de 20 años nos tira el periódico dos veces al día; Francisca la cartera, a pie deja el correo por debajo de la puerta y nos une ya una vieja amistad. Y por supuesto la risa de Doña Dolores, la vecina del frente, que alegra la calle y hace reir al más amargado con sus ocurrencias y su aguda franqueza.
El simple hecho de rememorarlos me hace revivir buenos momentos de mi infancia y sentirme orgullosa de mis raices. Gente tan especial merece un espacio privilegiado en mi corazón y escribirles es mi manera de rendirles un tributo y agradecerles el recuerdo y las enseñanzas que han dejado cada uno de ellos en mí.


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