Sentada compartiendo entre tragos y comida
con un grupo de buenos amigos, debatíamos de manera muy distendida grandes escándalos
que han marcado la sociedad dominicana. Gente joven que entre todos, el mayor
quizás no alcanzaba los 44, hablábamos con detalles tan acabados de aquellos
hechos y de gente que siempre ha sonado.
Entre Rahintel, La Guerra de las Papeletas,
El Hombre del Maletín, El escándalo BANINTER y el grupo de banqueros pasando
hasta por las famosas sentencias del Juez Severino.
Se hablaba de la diferencia abismal entre los
hechos a los que alegadamente se les señalaba en aquellos tiempos y a los
montos y acciones que hoy se dilucidan en tribunales y medios de comunicación
que se le atribuyen a personajes a modo de secreto a voces sin que nadie mueva
un dedo. Nos atacó la duda de cuál habría sido el destino de aquellos que
enfrentaban justicia en esos años de haber enfrentado esos hechos en tiempos de
ahora?
Días antes conversaba con alguien a modo de
nostalgia y entre fotos y canciones de antaño, de esas que evocan a mi infancia
mientras sentada en piernas de mi papá escuchabamos “Percal” en la oscuridad de
un apagón de los años 90, hablábamos de novelas, series, grandes personajes y
sucesos que recordábamos de los años de niñez. Esa tarde terminó bañada en
recuerdos, añoranzas y romance de tiempos mejores.
Los dos hechos, separados en escenario y
tiempo, me desmontaron la teoría aquella de que el tiempo se encarga de sanar
las heridas y que con los años uno va olvidando y desgastando la memoria hasta
que olvida por completo. No es del todo cierto. Descubrí que quizás esa amnesia
es selectiva o que algunas cosas causan tanto dolor que son imposibles de
borrar.
Confieso que caer en cuenta de aquello ha
sido todo un alivio. En 1996, cuando mis años de adolescencia brillaban de
esplendor, el horroroso crimen del niño José Rafael Llenas Aybar marcó un antes
y un después en la consciencia de todos los dominicanos, que hasta ese momento
no conocíamos que tanta saña y tanto odio podría venir de un ser humano. Leer
en estos días, que uno de sus asesinos, por si fuera poco primo del niño
asesinado, elevó un pedido de libertad condicional ante el tribunal
correspondiente por haber cumplido más de la mitad de los 30 años de sentencia
que le dictó la corte, me espantó.
La remota posibilidad de que un juez emita un
fallo a favor de uno de los asesinos de aquel horrendo crimen, me asusta. No
por el puro hecho de favorecer a quien no merece la mínima dosis de
consideración, por no haberla tenido ante la mirada inocente de un niño ajeno a
sus perturbadas mentes, sino por el hecho de que actos inhumanos como esos sean
literalmente galardonados con un fallo a favor.
La imagen inmaculada del rostro de José
Rafael en aquella foto que recorrió tristemente las calles de cada rincón del
país, el dolor inconsolable de unos padres y una familia completamente
destrozada, una sociedad conmovida a todos los niveles y literalmente
movilizada para dar con la trágica realidad del hecho sangriento, la impunidad
de los Palma, el sadismo, el sinismo y la ausencia de arrepentimiento en
aquellos que mataron a José Rafael siguen fresca en la memoria de todos
nosotros.
Puede que con los años se perdone pero que no
se olvide. Y en este caso, todavía es muy temprano para hablar de perdón.
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