lunes, 6 de enero de 2014

SABER GANAR, SABER PERDER


El espíritu competitivo vive en cada uno de nosotros. Todos llevamos por dentro la fiesta lista y armada para celebrar los triunfos y los bríos que se necesitan cuando falla el aliento en el afán por ganar y muchas veces hasta sin saberlo. Unos, en su justa medida que saben dosificar las ansias de ganar y consiguen el equilibrio perfecto para saborear victorias con humildad y otros, que se dejan embriagar por las mieles de la victoria y se llevan a su paso todo lo que encuentran sin medir consecuencias en el viaje de vuelta.

Lo cierto es que a todos nos gusta ganar y a nadie le gusta perder. La desgastada frase de “lo importante es competir” cada vez parece más en desuso y fuera de circulación. La gente, en todas las áreas y niveles, entrena en la vida para ganar mientras se olvidan de, en honor al difícil equilibrio, aprender también a manejar y aceptar dignamente las derrotas. A esos, que no aceptan una derrota, la falta de humildad y la ceguera que provoca la terquedad, les basta una batalla perdida para dejarlos aturdidos y abatidos en la lona.

Y es que toca admitir que a cualquiera seduce la victoria. Pocos se resisten al coqueteo descarado de poder ganar, de vencer, de demostrar al mundo y hasta a sí mismo, de qué estamos hechos y de lo que somos capaces de hacer cuando la mente, el cuerpo, el alma y las ganas trabajan en armonía para lograr una meta. Vencer al oponente, vencer a la mente, vencer a la voz negativa que a todos nos susurra en medio de la lucha, y vencerse a uno mismo, deja la convicción de que no todo está perdido. Sacar de abajo cuando se cree que se agotaron las reservas y demostrar que es posible, quizás a pesar de la mala fe y en contra de todos los pronósticos, es quizás el acto que más valentía requiere en medio del diario vivir.

Lo único que supera en valentía y coraje a sacar bríos donde olvidamos que habían es sin duda alguna levantar las piernas cuando tropezamos. La luna de miel con la gloria y las campanas de victoria son efímeras porque las batallas se libran a diario en el campo de la vida. Perder una batalla, insistir, volver a perder y volver a insistir hasta por fin ganar, requiere de igual o quizás más coraje que alzarse con la espada y la cabeza del adversario.

Si bien ya no es tan importante “sólo competir” recuerde que la humildad y la bondad aún no pasan de moda. El triunfo de hoy puede convertirse en la derrota de mañana o viceversa. La vida se mantiene girando y no sabemos a ciencia cierta a quien tendremos que mirar a los ojos mañana.

Asuma sus victorias con regocijo y ponga en práctica la humildad, como un ejercicio de grandeza. Conquiste sus miedos, demuéstrese a usted mismo y después a los demás el tronco de ser humano que usted puede ser, no se deje arrebatar lo que a usted le corresponde, por lo que usted ha trabajado o lo que se ha ganado, defiéndase de la vida y de los que estamos de paso aquí, que en ocasiones solemos ser muy crueles, pero mantenga siempre pendiente el mensaje que su defensa envía a sus hijos, a su familia, a sus amigos y a sus seres queridos, porque al final de la jornada cuando dejemos de estar, el legado de grandeza y humildad es lo que queda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario