lunes, 6 de enero de 2014

EL MUNDO PATAS ARRIBA


Siempre he escuchado decir que los tiempos de hoy no son los de antes. El mismo Joaquín Sabina en una de sus canciones dice “al lugar donde has sido feliz no deberías tratar de volver” como una clara convicción de que hay que seguir avanzando sin importar los tiempos. El pasado es casi siempre protagonista de la nostalgia y a veces hasta de la tristeza cuando de recordar tiempos mejores se trata.


No vengo en ánimo gris a imponer la nostalgia. Me gusta ser de los tercos que siguen caminando contracorriente o hacerme cómplice del viento con tal de avanzar a toda costa. Pero entre niñas embarazadas sumidas en la pobreza, la desdicha, el abuso y el abandono desde antes de tomar impulso para andar por la vida; curas y sacerdotes declarados en rebeldía y perseguidos por la justicia acusados de seducir y violar niños o noticias de un padre que mata a su propio bebé de siete meses de nacido, es difícil no cuestionarse el rumbo que tomamos los humanos en la sociedad de hoy.


Es irónico que en tiempos en que las donaciones y colectas para necesitados ya no sólo llegan de manos de políticos o gobernantes sino de gente, en su mayoría, movida por la buena voluntad, se escuche de otro lado a gente justificar el asesinato a balazos en una avenida de la capital de un joven limpiavidrios por no perdonar una agresión material. Cuesta creer, pero los hechos así lo confirman a gritos, que la vida vale menos que un carro.


No sé que me espanta más, el hecho de matar por un arranque a un ser humano, sin importar condiciones, o leer y escuchar a quienes consideran como una agresión gravísima que otro mortal les agreda su vehículo o su propiedad al punto que eso les valga la vida. Ni el más grave de los latazos o el más feo de los rayones justifica quitarle la vida a un ser humano y por ende pasarse el resto de sus días prófugo de la justicia mientras el cuerpo resista y la suerte esté de su lado, aquí, en Colombia o en Japón. Una cosa es defenderse y otra es descargar la ira y agredir.


Recuerdo con nostalgia los tiempos en que se auxiliaba a un extraño con un ataque de epilepsia, por citar un ejemplo de aquellos años,  y miro con pena la realidad de estos años que no nos permite ni siquiera indicar una dirección a quien se encuentra legítimamente desorientado. Vivimos presos del miedo y la desconfianza se ha vuelto una necesidad para poder sobrevivir en esta selva de salvajes. Y no es para menos.


Alcanzamos niveles de inseguridad en los que a veces se hace necesario pedir disculpas a quien nos pisa o nos empuja a fin de evitar tragedias y donde una mirada mal puesta nos puede costar el último aliento. Los pleitos se resuelven con un sicario en oferta que fija en cien mil pesos el costo de una vida o acido del diablo en cualquier callejón.


No hace falta un estudio exhaustivo para caer en cuenta que el mundo anda patas arriba, mientras se nos escapa la capacidad de asombro, la sensibilidad, el sentir humano, el empoderamiento, la caridad y hasta algo tan esencial y mecánico como los modales. Nos anestesia la triste conformidad con lo injusto y nos golpea el letargo de no hacer nada más que quejarnos.


Mientras despertamos, mientras nos avispamos, yo seguiré creyendo en la buena voluntad de la gente y convencida de la ley de vida de causa y efecto que trato de profesar a diario…recibes lo que das.

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