lunes, 26 de mayo de 2014

ADOPTAR AMOR: LECCIONES DE VIDA GRATIS



El amor nunca pasa de moda, no descansa, no se va de vacaciones. Está en todas partes, se respira en cualquier lugar y lo encuentra donde usted menos espera. Así de bueno es, de generoso y complaciente.

Ahora imagine el encanto de adoptar amor, de acoger un ser que viene con dosis de amor garantizado y un millón de virtudes más. Y eso es el equivalente a adoptar un perro. Amor incondicional, lealtad, interminables horas de juego, ternura, cariño y protección garantizados en un solo ser y a cambio de muy poco.

Hoy me mueve a escribir ese amor, a compartir con ustedes mi experiencia y contagiarlos con esa fiebre de amor que hace meses mi familia y yo recibimos en casa gracias al favor de Doggie House, una maravillosa organización sin fines de lucro que busca proteger y garantizar los derechos a los perros de la calle en nuestro país.

Una labor titánica que arrastra sobre la marcha una lucha contra el arraigo cultural de aquellos que piensan que “los perros sólo son perros” y que en nombre de eso se dedican a maltratarlos sin una gota de piedad.

Doggie House, al igual que otras organizaciones como el Patronato de Ayuda a los Animales (PADELA), la Fundación Protectora de los Animales y la doctora Marilyn Lois, llevan a cabo junto a decenas de voluntarios y gente de buen corazón, la tarea de rescatar perros callejeros, acogerlos en refugios, acondicionarlos, castrarlos y darlos en adopción a personas que cumplan con los requisitos necesarios para ofrecerles un hogar a esos animales. Todo esto bajo condiciones económicas precarias que se limitan a donaciones y amparados en la buena fe y el amor.

En febrero recibimos a Kitty, una hermosa mestiza de un marrón chocolate intenso, con una mirada profunda que contaba sin hablar sus pesares, la inestabilidad de no tener un hogar y que había sido rescatada junto a sus hermanos en el parqueo de una institución pública en la capital. La experiencia de recibir aquel ser indefenso, de apenas 2 meses de edad pero con una inteligencia digna de un perro de academia de esos que uno ve en las películas que sus amos entrenan para recibir y llevar el diario a sus pies, ha sido maravillosa. Llegó a nuestro hogar asustada y esquiva por los embates que le había tocado enfrentar y ya en escasos días nos había demostrado a todos con su actitud, con sus ladridos y sus dotes de guardián, que el amor es capaz de transformarlo todo.

La luna de miel ha sido tan buena con Kitty, que hace unas semanas decidimos acoger un segundo perro y a nuestras vidas llegó Gris. Un mestizo hermoso, que como lo dice su nombre, tiene un color peculiar que pocas veces lo he visto, con un porte tan elegante y tan gallardo que es digno de admirar cuando asume como perfecto guardián. Desde el día que lo recibimos supimos que de él sólo recibiríamos ternura, amor y protección y no nos ha fallado. Gris fue rescatado con la cadera rota, luego de que un chofer lo chocara en una avenida concurrida y ni se inmutara con aquel impacto que casi le cuesta la vida a un animal inocente.

Cada perro guarda su historia y ciertamente muy pocas o ninguna, viniendo de las calles, escenario de maltratos y vejaciones, cuenta de alegría o de bondad. Esos perros, por el simple hecho de ser mestizos y nacer en la calle reciben de los humanos todo tipo de maltratos y aún en esas condiciones son ellos capaces de mantener su esencia y dar a amor incondicional a cambio. 

Seres que son ellos mismos una lección incalculable de vida que nos habla del perdón, de no guardar rencor en el corazón y de amar hasta que duela incondicionalmente aún cuando la vida y los demás no sean capaces de hacerlo.
Cada mestizo nos regala de manera gratuita la oportunidad de hacer lo correcto, de acercarnos al amor propio y de despertar ese sentimiento de desprendimiento que tanto hace falta en estos tiempos en el mundo que vivimos. Con ellos se trata de dar el chance a aquellos que por no tener raza o linaje, se les ha negado la oportunidad de ser plenamente felices con lo único que nos piden a cambio, la calidez de un hogar.

En tiempos en los que se habla de sicariato, que se mata por encargo, que se mata por error, que se engaña, que se sobrevive cada día expuesto a que nos ocurra lo impensable y que salimos a la calle “a la buena de Dios”, no es mala idea arrimarse a aquellos que brindan amor. Dejarse contagiar por ellos, que nos arrope la sensibilidad, que nos conmueva la tragedia y que no nos coma vivo la inercia y la indiferencia, sin duda alguna no es mala idea.


Adoptar un perro es darle la oportunidad de tener un hogar anhelado, de compartir lo que para usted es básico y para ellos lo representa todo, y de paso darse usted y los suyos el hermoso chance de amar, de dejarse amar y de poner en práctica las buenas formas que trae consigo el corazón y que la sociedad nos obliga a poner en desuso y darles de baja, sin pensar en las consecuencias que trae el desamor y la indeferencia.

Tómese la libertad de amar, de ser feliz, de comprender y de aportar con esas acciones su dosis de buena fe. De esas acciones que alimentan el alma y que se hacen tan insoportablemente necesarias en estos tiempos. Adopte o aporte su donación a estas organizaciones, que con ellos el amor viene siempre por partida doble.

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