viernes, 30 de mayo de 2014

EN EL PAIS DE LAS FAJAS, QUIEN RIFA UNA LIPO ES EL REY



Cuando creíamos haber sido testigos de todo lo absurdo, que por fin se agotaban las metidas de pata de los honorables legisladores y como no bastaba con el infame reparto de entre 50 y 100 mil pesos a cada uno de ellos para garantizar habichuelas con dulce en las pascuas pasadas, llega a nosotros la madre de los absurdos.

Como si se tratase de una competencia a ver quien se alza con el crédito de ser capaz de indignar más a un pueblo, la celebración del Día de las Madres en República Dominicana ha dejado un sabor extraño entre quienes elegimos senadores y diputados para que nos representen dignamente en el Congreso con la esperanza de que hagan aquello para lo que fueron escogidos, legislar y defendernos.

En un país podrido de necesidad, sumido en la pobreza y la falta de educación, con presupuestos ridículos para instituciones laboriosas, con hospitales disfuncionales donde se opera a luz de velas; arropado por la delincuencia, donde la vida no vale nada para el que mata por encargo y los Derechos Humanos son un negocio rentable para los delincuentes, los diputados se reparten 176 millones de pesos en electrodomésticos para regalar a las madres de sus respectivas zonas.

Entre estufas, neveras, licuadoras, planchas, juegos de habitación y de sala, tostadoras, abanicos, televisores, vajillas, vasos y platos, sólo faltó el famoso “muñecas y bicicletas” del doctor Balaguer para elevarnos a un recorrido gratis por el pasado. Por allá, por los finales de los 80 y principio de los 90 cuando se compraban votos y conciencias a papeleta, funditas, cemento y varillas. Una práctica que pensábamos en desuso pero que al parecer, jugar con la necesidad de muchos sigue rindiendo su efecto en las urnas.

No hace falta debatir sobre quien cae la culpa, si quien regala las fundas, las cajas o los enseres o quien hace la fila, rompe brazos y coge todo lo que le den. Lo cierto es que echarle mano a esa cultura arraigada y asociada a la falta de educación, que nada tiene que ver con la pobreza ni el barrio que se presta de escenario, se convierte en casi un insulto a un pueblo que está atento y a una parte de la población, que no es tan minoritaria tampoco, que no se doblega ante esos costosos favores que vienen de arriba y que cuando termina la interminable campaña electoral, nos pasa factura a todos. Incluso a los que no cogimos.

Y es que entre habichuelas con dulce, millones largos de pesos dominicanos y un diputado que rifa una liposucción a una madre “agraciada”, los legisladores parecen perdidos en el limbo de sus funciones y han perdido de vista la verdadera esencia de su trabajo. Siguen apostando a la ignorancia, a la necesidad que tiene cara de hereje y a la chabacanería de quien cogen todo menos golpes.

Y mientras ellos andan persiguiéndose el rabo, siguen pujando y forzando la capacidad de aguante de los dominicanos. Enviando el mensaje equivocado a quienes creen en ellos y a aquellos que con esperanza pusieron su empeño y su afán en llevarlos justo donde están y donde al parecer les gusta estar, arriba repartiéndose el festín.

Hablamos de 176.9 millones de pesos a los que instituciones como el Patronato de Ciegos, de Discapacitados, La Asociación Dominicana de Rehabilitación, Hogares Crea, los Bomberos, los hogares de ancianos, la unidad de diálisis del Padre Billini, el Hospital Infantil Robert Read Cabral y las miles de escuelitas que enseñan a la sombra de cualquier árbol, por sólo mencionar algunas de tantos lugares a donde pudieron haber llegado tantos millones de pesos y que seguro iban a ser vistos con mejores ojos hoy y mañana al momento de votar.

Cuando se quiere, existe y se pone en práctica la buena voluntad de todos los legisladores. Sin ánimo de meter en el mismo saco a todos, porque opinar desde las gradas en pelota ni política es justo y porque no sería razonable generalizar cuando hay hombres y mujeres de bien que ejercen sus funciones en el Congreso de manera limpia, justa y muy equilibrada y para quienes la inteligencia y la dignidad de un pueblo jarto, con jota, no es un chiste.

Que se acaben las licuadoras, las tostadoras, los juegos de aposento, las habichuelas con dulce y las lipo de Contreras mientras existan las fajas y las dietas, pero que no se agote nunca el ánimo de reclamar, de señalar y de someter cuando los legisladores fallan. A fin de cuentas, el pueblo los quita y los pone y nosotros somos el pueblo.

“Honorables, voten!”

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