No vengo a quejarme. No pretendo ventilar detalles inútiles que a la
gente poco le importan sobre mi vida personal. Pero sin miedo a perder,
apuesto todo a que más de una mujer se siente identificada con lo que
hoy toca escribir.
A nadie le gusta estar solo. Y hablo de esa soledad desmedida, desequilibrada y poco justa que a muchos, ya sea por decisión personal o por circunstancias de la suerte, les toca enfrentar. Cierto que el tiempo a solas se hace, más que necesario, saludable para todos los seres humanos. Esa necesidad de encontrarse con uno mismo que sólo lo concede la soledad y el cara a cara con su propio ser, si no se le complace al cuerpo, el se encarga de exigirlo y pasar factura con los años.
Hoy en día la individualidad, el espacio, el respeto a lo propio y el “mitad y mitad” marcan la tendencia en todas las relaciones interpersonales. Reclamar espacio y privacidad ya no es un asunto propiamente reservado para los hombres y no es visto como símbolo de libertinaje cuando una mujer en buena fe lo reclama. La mujer se ha liberado y el hombre está consciente de ello.
Una mujer divorciada, una madre soltera, una mujer independiente que ha hecho tienda aparte de los padres, ya dejó de ser vista como el blanco vulnerable de todos los hombres que pretenden endulzarla usando hasta a los hijos como carnada. Una mujer al frente de una casa ya no es la única presa fácil de los delincuentes. En su lugar, ha desarrollado la capacidad de enfrentar situaciones reservadas y encasilladas para “el hombre de la casa”; quizás por la misma necesidad de hacer frente a la realidad.
Una joven universitaria enfocada en sus estudios, que hace una maestría, un postgrado, una especialidad o un doctorado, reservando en un segundo plano las relaciones amorosas, ya no es vista como la nota discordante y fuera de onda de aquellos tiempos.
Joven, divorciada o asomándose a los años, ser soltera en estos tiempos requiere de una destreza a veces inimaginable para los hombres. Situaciones que toca sortear que van desde algo tan sencillo como buscar parqueo en una fiesta, hasta defenderse de los constantes ataques sociales del “pa cuando es?” de amigos y familiares o la mirada extraña de algunos que cuestionan hasta su sexualidad o sus habilidades para retener.
Contando con la imperante necesidad que impone la sociedad de que una dama tiene la obligación de pasearse del brazo de un hombre, así sea el marido un abusador desmedido o un holgazán que viva del cuento, la sociedad, a veces de manera sutil y otras tantas descarada, le exige a la mujer que desarrolle una capacidad de aguante en nombre de los hijos, del estatus social, de los pagarés de la yipeta o del apartamento que está a nombre de los dos y aún no terminan de pagar.
Pasando por la enorme cantidad de hombres casados que salen a la calle a pescar solteras y a echar el desgastado cuento de “estoy con ella por los hijos”, “ya estamos juntos por agradecimiento”, “vivimos en la misma casa pero dormimos en cuartos separados” o el mejor de todos “estamos juntos por los niños”. La capacidad que toca desarrollar a una mujer para resistirse a los encantos de un hombre experimentado, cariñoso, que sabe exactamente lo que quiere y necesita una mujer, quizás porque ya vive con una. Tarea difícil, cierto, pero tampoco imposible.
En ese mismo afán, aprender a detectar a tiempo las actitudes de un posible hombre abusador, por aquello de tantos feminicidios y que ninguna mujer quiere terminar enlistada en aquellas funestas estadísticas. Desde la relación con la posible suegra, la formación del hogar de donde viene, los padres y lo que ha visto en casa, hasta un posible choque de formación del hogar, que tarde o temprano en plena convivencia al pasar de los meses, le pasa factura y acaba con la hermosa luna de miel.
Y por si todo esto fuera poco, lidiar con la horrorosa cultura del “yo soy, yo tengo” que parece ser viral en una gran parte de los caballeros. Entre mentiras blancas, verdades a media y el inútil afán de impresionar y querer llenarle los ojos a la persona equivocada que finalmente termina mirándolo con ojos de lástima al pobre fanfarrón.
Es que el estatus de soltera ya no es sinónimo de poca belleza, de astronómicas exigencias o de falta de gracia. No se trata de que ser soltera esté reservado para las feas, las gordas, las flacas, las divorciadas, las alegres o las amargadas, es un estado civil de convicción y de eterno aprendizaje.
Moverse entre pulpos, mentirosos, falsos amantes, mujeriegos, lentos, controladores y casados mientras se espera por la felicidad, que puede llegar vestida de caballero como puede encontrarse en la plenitud de muchas otras cosas que nos regala la vida, mientras eso llega, sólo queda esperar con dignidad, con altura y con los ojos bien abiertos para disfrutar el viaje y atesorar buenos recuerdos para cuando los años lleguen.
A nadie le gusta estar solo. Y hablo de esa soledad desmedida, desequilibrada y poco justa que a muchos, ya sea por decisión personal o por circunstancias de la suerte, les toca enfrentar. Cierto que el tiempo a solas se hace, más que necesario, saludable para todos los seres humanos. Esa necesidad de encontrarse con uno mismo que sólo lo concede la soledad y el cara a cara con su propio ser, si no se le complace al cuerpo, el se encarga de exigirlo y pasar factura con los años.
Hoy en día la individualidad, el espacio, el respeto a lo propio y el “mitad y mitad” marcan la tendencia en todas las relaciones interpersonales. Reclamar espacio y privacidad ya no es un asunto propiamente reservado para los hombres y no es visto como símbolo de libertinaje cuando una mujer en buena fe lo reclama. La mujer se ha liberado y el hombre está consciente de ello.
Una mujer divorciada, una madre soltera, una mujer independiente que ha hecho tienda aparte de los padres, ya dejó de ser vista como el blanco vulnerable de todos los hombres que pretenden endulzarla usando hasta a los hijos como carnada. Una mujer al frente de una casa ya no es la única presa fácil de los delincuentes. En su lugar, ha desarrollado la capacidad de enfrentar situaciones reservadas y encasilladas para “el hombre de la casa”; quizás por la misma necesidad de hacer frente a la realidad.
Una joven universitaria enfocada en sus estudios, que hace una maestría, un postgrado, una especialidad o un doctorado, reservando en un segundo plano las relaciones amorosas, ya no es vista como la nota discordante y fuera de onda de aquellos tiempos.
Joven, divorciada o asomándose a los años, ser soltera en estos tiempos requiere de una destreza a veces inimaginable para los hombres. Situaciones que toca sortear que van desde algo tan sencillo como buscar parqueo en una fiesta, hasta defenderse de los constantes ataques sociales del “pa cuando es?” de amigos y familiares o la mirada extraña de algunos que cuestionan hasta su sexualidad o sus habilidades para retener.
Contando con la imperante necesidad que impone la sociedad de que una dama tiene la obligación de pasearse del brazo de un hombre, así sea el marido un abusador desmedido o un holgazán que viva del cuento, la sociedad, a veces de manera sutil y otras tantas descarada, le exige a la mujer que desarrolle una capacidad de aguante en nombre de los hijos, del estatus social, de los pagarés de la yipeta o del apartamento que está a nombre de los dos y aún no terminan de pagar.
Pasando por la enorme cantidad de hombres casados que salen a la calle a pescar solteras y a echar el desgastado cuento de “estoy con ella por los hijos”, “ya estamos juntos por agradecimiento”, “vivimos en la misma casa pero dormimos en cuartos separados” o el mejor de todos “estamos juntos por los niños”. La capacidad que toca desarrollar a una mujer para resistirse a los encantos de un hombre experimentado, cariñoso, que sabe exactamente lo que quiere y necesita una mujer, quizás porque ya vive con una. Tarea difícil, cierto, pero tampoco imposible.
En ese mismo afán, aprender a detectar a tiempo las actitudes de un posible hombre abusador, por aquello de tantos feminicidios y que ninguna mujer quiere terminar enlistada en aquellas funestas estadísticas. Desde la relación con la posible suegra, la formación del hogar de donde viene, los padres y lo que ha visto en casa, hasta un posible choque de formación del hogar, que tarde o temprano en plena convivencia al pasar de los meses, le pasa factura y acaba con la hermosa luna de miel.
Y por si todo esto fuera poco, lidiar con la horrorosa cultura del “yo soy, yo tengo” que parece ser viral en una gran parte de los caballeros. Entre mentiras blancas, verdades a media y el inútil afán de impresionar y querer llenarle los ojos a la persona equivocada que finalmente termina mirándolo con ojos de lástima al pobre fanfarrón.
Es que el estatus de soltera ya no es sinónimo de poca belleza, de astronómicas exigencias o de falta de gracia. No se trata de que ser soltera esté reservado para las feas, las gordas, las flacas, las divorciadas, las alegres o las amargadas, es un estado civil de convicción y de eterno aprendizaje.
Moverse entre pulpos, mentirosos, falsos amantes, mujeriegos, lentos, controladores y casados mientras se espera por la felicidad, que puede llegar vestida de caballero como puede encontrarse en la plenitud de muchas otras cosas que nos regala la vida, mientras eso llega, sólo queda esperar con dignidad, con altura y con los ojos bien abiertos para disfrutar el viaje y atesorar buenos recuerdos para cuando los años lleguen.
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