lunes, 27 de junio de 2011

UN FRIO FRIO EN TIEMPOS DE COLERA

El sofocante calor de estos días me hizo pensar en un frio frio. Miré atrás y recordé tiempos de mi infancia en que esa era una acertada opción para combatir el calor y calmar la sed.

Ante este repentino deseo, comencé un proceso mental que me mantuvo entretenida en los pocos ratos de ocio en que uno mira al techo o pierde la vista en el horizonte. Cual niña indecisa ante un mostrador lleno con los más exquisitos helados italianos, no lograba ponerme de acuerdo sobre el sabor que elegiría. Añoraba uno de anís, de chinola, de tamarindo, de jagua o de limón con frambuesa, el favorito de mi hermana Ivelisse, fiel seguidora de los frio frio.
Aún sin decidirme de manera definitiva, repasé mentalmente los puntos estratégicos donde podría encontrar un friero y en ese momento caí en cuenta que no lo veía desde hacía un largo tiempo y peor, no recordaba la última vez que me había tomado un frio frio.

Casi un mes me tomó encontrarlo. Le pregunté a mis amigos, a compañeros de trabajo, a los choferes de mi oficina, a los vecinos, a mis hermanas las mantuve en alerta por si encontraban uno de esos emblemáticos carritos con sus botellas multicolores; tratando de colaborar, mi prima Elba me habló de uno que se para en la calle Las Damas y como por arte de magia, se esfumó; hasta cambié mi ruta una mañana para darme la vuelta por la esquina caliente en Herrera;  algunos me referían a la zona universitaria y otros a la avenida Abraham Lincoln cerca de la Víctor Garrido Puello, y aunque todos coincidían en que la ciudad está repleta de ellos en esta “cacería helada” no lograba encontrar uno solo.

Cuando ya casi la escasez de frio frio me ganaba el pulso, una tarde transitando la San Martin lo alcancé a ver en una esquina y me detuve. Allí estaba, justo como lo recordaba, el carrito azul cuadrado con las místicas botellas a color que inevitablemente te hacen querer descifrar el sabor de cada uno. El hueco estratégico en el centro para guayar el grueso bloque de hielo y por supuesto, las abejas que literalmente bailan entre el syrop y los clientes.
Todo estaba dispuesto para complacer mi antojo. El trato amable del friero, que ante mi queja de su escasez me dijo con una sonrisa que “aún quedan unos cuantos” y no me quedó más que darle crédito al destello de honradez y seriedad que delata a los hombres de trabajo. Allí estaban mis  sabores predilectos y hasta encontré apoyo en un par de clientes que trataban de sacarle el cuerpo al calor de estos días de junio y que sin pretextos me acompañarían en esta aventura.
Sin embargo no puedo mentir. Los titulares, las crónicas de los periódicos, el conteo letal de víctimas del cólera, las imágenes de La Ciénaga y La Barquita, la falta de camas en el hospital Luis Eduardo Aybar, los rostros respectivos del Doctor Caraballo, Director de ese centro de salud, del Presidente del Colegio Médico, Senén Caba y del Ministro de Salud Pública, Bautista Rojas Gómez, desfilaron por mi mente y me faltó valor o quizá ese arrojo “irresponsable” que nos regala el desenfado de la juventud antes de los hijos y confieso que no pude cumplir mi deseo.
Por un momento ponderé seriamente jugármela pero qué va…me fui tranquila a casa, exprimí un par de limones criollos y me fui por lo seguro. Nada personal.

1 comentario:

  1. Diantres, Paola... me has despertado la curiosidad. Yo hice mi infancia bebiéndome dos friofríos todos los días, uno de "rojo" (porque aquí el color es sabor) en el recreo y otro de menta a la salida. No me acuerdo del nombre del friofriero que se estacionaba todos los días al lado del Colegio San Judas Tadeo, acompañado del otro señor que llevaba volcanes y turcos para vender en el recreo.

    Hoy día quizás me lo pensaría dos veces para beberme un friofrío, pero yo sí recuerdo la última vez que me bebí uno, pues también lo cacé en un atropello de nostalgia. El mío lo encontré en la Plaza Juan Barón del Malecón. Fue en 2006 y documenté mi foto en mi viejo y abandonado perfil de TrekEarth. http://bit.ly/oVfuZ7

    Me encantan las fotos que hiciste y la narrativa. Ojalá hubiera manera de rescatar esa tradición sin comprometer la higiene, pero lamentablemente ese mal no sólo afecta a los frieros sino a casi cualquier persona que venda cosas en la calle hoy día. Quizás hemos aprendido a cuidarnos, y esas tradiciones se han perdido por falta de visión para mantenerlas garantizando la salud.

    Una pena, la verdad.

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