Dónde empieza
o dónde termina la labor de un periodista?, hasta que punto debe involucrarse
en un caso?, cuántos detalles son suficientes o hasta donde lo permite la
prudencia y el respeto? Sólo algunas de las preguntas constantes que atacan a
un periodista cuando ejerce su profesión.
La primicia y
la audiencia son el motor de los medios noticiosos y solamente un periodista
conoce del proceso que conlleva perseguir la noticia, difundir una intervención,
a veces breve y otras no tan breves, con el único fin puro y limpio de informar
a la ciudadanía. Denunciar los hechos que afectan a una comunidad y servir de
enlace entre los que no tienen voz y los que toman decisiones. En teoría, suena
sencillo y pareciera un oficio ajeno a los sentimientos y a la parte humana que
habita en el ser y que es capaz de tocar las fibras de la sensibilidad, las
lagrimas y la inevitablemente humana sensación de ponerse en el lugar del otro,
cada vez que el periodista encuentra y trabaja la noticia.
Los tiempos
han cambiado, con ello el público lo ha hecho también y de unos años a la fecha
se ha vuelto más exigente y demanda más rapidez en las actualizaciones. La
gente ya no sólo espera que llegue el periódico para informarse sino que tiene
en sus manos redes sociales y diarios digitales que le permiten estar al tanto
de todo lo que pasa aquí y en el mundo literalmente en tiempo real.
Esa avidez de
información y la agilidad de los hechos noticiosos han cambiado también al periodista.
Lo han obligado a despertar, a pelear su noticia y a mantener los ojos abiertos
porque hasta la respiración puede generar una historia. El ritmo acelerado de
la vida y la diversidad de personas con distintas calidades le hacen mella a la
capacidad de asombro de los profesionales y llegan a perder de a poquito la
sensibilidad.
Irónicamente
ahora, cuando más necesitamos de actos de nobleza y de entrega desinteresada
para cambiarle el rumbo al mundo, la tecnología ha pasado a ser de una poderosa
herramienta de masas hasta volcarse en contra de la humanidad para exhibir
actos de violencia desgarradora, muertes, cadáveres y toda una serie de
imágenes que pujan para ganar el primer lugar entre las más sangrientas e
inhumanas.
Por suerte,
aún el instinto humano no se extingue. Queda esperanza de ver luz porque
todavía los periodistas y el pueblo siguen apelando a los sentimientos y las
reservas de respeto al dolor ajeno. Seguimos siendo capaces de llorar las penas
juntos y reír las alegrías cuando la vida marca el ritmo del son.
Quedó
demostrado que cuando se pierde una vida el show no está obligado a continuar y
que la audiencia tampoco lo justifica todo. Cuando el deber y las tareas nublan
la conciencia y la parte humana de los profesionales de la noticia, salen de
vacaciones, quedan los televidentes, los lectores, a quienes llegamos a través
de los medios, para recordarnos que trabajamos a su merced.
Este domingo
se perdieron dos vidas de jóvenes pilotos prometedores de la República
Dominicana, pero también nació la solidaridad en todo un pueblo que se unió
para expresar su repudio a continuar con un show aéreo manchado de sangre
apenas sin comenzar. Actos así de espontáneos que denotan calidez humana son
los que salvan la profesión y brindan aliento a los que aún creemos en el valor
de la vida y en hacer las cosas con el corazón. A fin de cuentas, vamos
redactando el libro de la vida y sólo nos salva el amor.
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