Si desafiamos
la insalubridad del salami, abusamos de la moringa, endulzamos el café con
azúcar y arena y le ganamos la apuesta a los mayas, no es verdad que el caos de
la Semana Santa, ni las habichuelas con dulce en cantidad industrial, puede ser
una amenaza seria para nosotros. Los años, el fatídico conteo de víctimas
mortales que cobra el asueto, las autopistas repletas y una Semana Santa que
empieza cada vez más temprano, hemos aprendido a buscarle la vuelta a la
prudencia sin sacrificar la diversión y poco a poco ir bajando el conteo
mortal, en nombre de no terminar la fiesta como los monos, a rabazos.
Aquí no sólo
se juega pelota con seriedad, entre el plátano power y el ánimo de los
dominicanos para hacerle frente a la crisis que vive el país, hemos demostrado
que somos un pueblo resistente y que cuando se trata de pasarla bien, nadie nos
gana. Quien se atreva a emprender la cruzada de terminar con nosotros debe
enterarse que este es un pueblo hecho de acero, fiestero hasta que se acabe el
ron, capaz de encontrar el humor en la más engorrosa de las situaciones y
dispuesto siempre a sacar lo mejor de cada realidad sin importar lo cruda que
sea.
La falta de
dinero es la queja constante y el único punto en que coincide un país completo.
Pobre, rico, clase media o clase alta, cada uno en su dimensión, habla de
precariedades, de recortes y del alto costo de la vida en estos días. A pesar
de ello, la cruda realidad pareció congelarse en el tiempo para hacer una pausa
en la crisis y vivir la vida en abundancia, desenfreno y aquel desenfado
espontáneo que sólo lo ofrece la bonanza cuando el dinero sobra o deja de ser
tema de preocupación en una familia, al menos por cuatro días.
Con dinero o
sin dinero, cada año todas las familias encuentran la forma de disfrutar los
días de vacaciones que aunque inicialmente estaban destinados a la reflexión y
al encuentro con Dios, la realidad es que las iglesias acogen cada vez a menos
feligreses y las playas, ríos y balnearios siguen abarrotándose más y más. La
reflexión, el recogimiento, el rosario y el Padre Nuestro se han mudado para
Jarabacoa, Constanza, Terrenas, Punta Cana y Cabarete o en su defecto se llevan
a Cristo en el corazón para las piscinas de Roberto o el Piscinazo en Santiago.
Los que se
van, los que hacen líos para salir, los que pueden, los que se quedan y los que
eligen por convicción quedarse en la ciudad huyéndole al gentío y al molote,
descubren el domingo que no se acaba la vida. Que por buena suerte, la Semana Santa
con todo su ajetreo tampoco pudo acabar con nosotros.
La misma
ciudad que ve a su gente escapar, hoy lunes la recibe con los brazos abiertos,
entre tapones, desvíos, mucho polvo, humo negro, carriles cerrados y zanjas a
medio terminar pero cada uno de nosotros felices por estar en ella y no ser
parte de las estadísticas.
Feliz regreso a la normalidad, al batallar y a
la necesaria rutina de echar el pleito dignamente con la vida. Aunque después
de la tormenta de Semana Santa no le garantizo la calma, le aseguro que el
poder leernos, le paga con creces el hecho de saberse vivo y la posibilidad de
empezar a organizar desde ya su escapada en el próximo fin de semana largo.
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