Presa del afán y de la prisa. Entre el eterno agobio por la primicia,
el decir las cosas primero y recibir respuestas instantáneas, así se
vive en estos días. La premura vive al acecho en nuestras vidas para
dejar de lado el acabado fino y delicado que concede el tiempo cuando ha
madurado las cosas. Los tiempos obligan a la vida expreso y con esta
tendencia, vienen de la mano los errores y en el mejor de los casos, la
urgencia en enmendar las falsedades, las mentiras a media y la
desinformación.
No pasa un día en el que la vida no se haga más cómoda en manos de la
tecnología; esa que nos ha puesto las cosas tan sencillas. Ya sea en el
plano laboral, casi anulando por completo el papel o acortando
distancias para una conferencia entre socios en Santo Domingo, otro en
Japón y un tercero en Dubai a través de la computadora; o bien sea en
las relaciones sentimentales y familiares que logran acercarse
cálidamente gracias a plataformas que permiten conversar y verse los
rostros sin demora y en tiempo real. Casi mágico, si se piensa en ese
milagro de la tecnología.
Años atrás, pensar en la idea de un teléfono que permitiera ver el
rostro de quien llamaba al mismo tiempo que conversaban, era casi lo
mismo que pensar en autos voladores y personajes biónicos como sacados
de los famosos dibujos animados Los Jetson. Cuando las computadoras eran
aparatos a blanco y negro y cuando la tecnología en los hogares
alcanzaba niveles privilegiados en aquellas familias con un televisor a
control remoto.
Hoy la historia es otra y sigue avanzando, cambiando a cada segundo.
De una manera tan asombrosa y veloz que casi asusta. Un ordenador, un
teléfono celular, un televisor o una tableta sale al mercado hoy y ya en
semanas lanzan un modelo que supera por mucho al más vanguardista. La
tecnología se va superando a sí misma a cada instante.
Los periódicos han vivido en carne propia esta revolución y se
refleja en ellos el paso inminente del tiempo que manda a avisparse, a
renovarse y a moverse al son que tocan los nuevos ritmos. Las redes
sociales, los diarios digitales y los blogs de información han
desplazado en cierto modo a la prensa tradicional, precisamente por la
necesidad de inmediatez que exige el ser de estos tiempos.
La gente demanda rapidez, los lectores reclaman agilidad en la
información y desechan sin piedad toda noticia que en tiempo récord ya
se convierte en fiambre. El lector se ha convertido en comensal
implacable cuando se trata de consumir actualidad.
Sin embargo, con esa misma necesidad de premura y de rapidez llegan
la desinformación, las noticias a media y por último, si es que existen
indicios de ética y de formación, el tener que enmendar o reivindicar
los errores. Ya se sabe y se conoce de la funesta práctica de matar
antes de morir, tan contradictorio como real. Figuras de renombre son
víctimas de dicha práctica, que anuncia su muerte en los distintos
medios o a través de cuentas de particulares, práctica que pone en vilo a
familiares y amigos cuando se enteran en las redes de la supuesta
muerte de un ser querido, que en los muchos de los casos, está ajeno a
dicho ruido mediático o sigue con vida en alguna sala de hospital. Sin
contar con que, para bien o para mal, todos somos periodistas. Basta con
tener un teléfono inteligente, estar en el momento justo y echar mano a
un poco de ingenio, para convertirnos en reporteros. El rumor se ha
vuelto ley cuando se trata de noticias.
Pero de periódicos a redes sociales, sin duda alguna la inmediatez ha
hecho residencia fija en la mensajería móvil. Allí convive la prisa de
la mano de las malas formas, los complejos ocultos tras un velo falso de
cordialidad, la locura desmedida y el deseo desbordado de ser atendidos
y servidos al instante. Entre el cotejo de “recibido”, el “online” y el
“last seen” en las conversaciones de texto, han delatado al menos
posesivo de los celosos y han hecho perder la cordura al más cuerdo de
todo el equipo.
Las relaciones han seguido la línea de la tecnología y ahora para
algunos, el cariño y el nivel de importancia se miden por la rapidez con
que se responde al llamado de un saludo en whatsapp.
Pobre de aquel, que víctima del ajetreo de labores reciba un mensaje
de texto, lo lea, lo guarde para responder más tarde y olvide por
completo aquella misión. Tenga por seguro que será castigado con alguna
carita o emoticon de las tantas que se guardan entre las más
usadas, porque responder con palabras sería darle mucha importancia a
quien ha herido nuestros sentimientos tecnológicos, por llamar esta
nueva onda de alguna manera.
Haga de la tecnología un aliado, pero no permita que controle sus
días y mucho menos que defina los niveles de amistad o de cariño por
unas cuantas líneas en un teléfono que por mucho que se escriba, nunca
podrá superar en calidez y en importancia a una llamada para dejar salir
un “te quiero”, un “me haces falta” o el más dulce de todos los “cuando
te veo?”.
Mientras tanto, cuídese de las señas en whatsapp; porque
personalmente si le envío una manito con un pulgar arriba, en mi idioma
tecnológico quiere decir que me importa poco y puede irse por donde
mismo regresó.
*inserte una carita feliz aquí :)
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