
Un viaje en carro, que en aquellos años
tomaba casi 4 horas, lejos del cansancio y las condiciones del viejo
Datsun de mi papá, la aventura representaba para mí el chance de
curiosear entre las flores y los matorrales y al final del camino, ser
recibidos en la casa por el icónico almendro que todavía hoy adorna la
entrada de la casa de madera.

De igual manera, para recordar aquellos
años se hace obligatorio mencionar el imponente árbol de toronja que se
levantaba en el patio y que recuerdo con tanta dulzura, por aquello de
las interminables jarras de jugo que mi abuela, Doña Banía, preparaba
para nosotros.

Hablar de Doña Lala, mi abuela materna,
es pensar en rosas, jazmín y séfiro. Rosas rojas, rosadas, amarillas,
coral, príncipe negro o cualquier color o variedad, eso era mi abuela.
La pequeña jardinera en la fachada de la casa de pueblo, era todo un
espectáculo y un verdadero deleite verla disfrutar de sus rosas y
alardear de su tesoro. De ahí aprendió mi mamá el amor por las flores y
sin lugar a dudas, de ella lo aprendí yo.
Asimismo, entre abuelos y mis padres, que
en tiempos en que apenas se hablaba tímidamente de contaminación
ambiental, que no se sabía de sostenibilidad ni mucho menos de
conservacionistas, me enseñaron sin saberlo, con su ejemplo y con sus
acciones, el amor por la naturaleza, el respeto al medio ambiente y la
voluntad de sembrar no importa el método ni el espacio, cuando de verdad
se le quiere ayudar a la tierra.

Ejemplos me sobran y rememorarlos en unas
líneas que no le hacen justicia a lo que habita en mi corazón con cada
uno de esos recuerdos, me compromete a velar porque mis acciones sean
las más justas y a que en cada terroncito de mi patio, logre dejar lo
mejor de mi empeño y la esperanza de que mis hijos también retribuyan
con amor todos los regalos desinteresados que nos da la naturaleza en
cada amanecer, en cada flor, en la semilla que germina, en la inmensidad
del mar y en el milagro de parir vida.
Hablo a mis hijos del valor de la
naturaleza, de su bondad, de lo endeble que es y de la urgencia que
grita el planeta donde vivimos para que sea cuidado con esmero. Siembro y
busco la manera de que ellos formen parte de lo que para mí es uno de
mis más sanos pasatiempos; por eso, cada vez que los veo echando agua a
las plantas o curioseando entre flores y aromáticas mientras yo me tomo
el café, me veo en ellos y me alivio de pensar que en algunos años el
relevo verde estará en buenas manos.
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