Gris salió de mi casa en su paseo
habitual, junto a mis otros tres perros, para hacer lo suyo después de
comer en la noche y yo apostando a la costumbre ni siquiera lo despedí.
Al poco tiempo regresaron todos a reclamar con ladridos que abrieran la
puerta de la casa, a excepción de Gris. Pasaron horas sin saber de él,
me fui a la cama con la esperanza de que regresara como en otras
ocasiones cuando se quedaba jugando con otros perros del sector, pero la
espera se ha vuelto larga para convertirse ya en angustia que se ahoga
en llanto.
Bajo pleno sol de media mañana emprendí
sola la búsqueda de Gris, un perro mestizo que mis hijos y yo adoptamos
hace más de un año a través de Doggie House y quien se convirtió en
parte importante de nosotros, un miembro más de la familia que asumió
con mucho cariño el mismo amor que uno le entrega a esos animales que
uno quiere como hijos.
Fotos en las redes sociales, ayuda de
parte de casi todas las organizaciones que trabajan con perros de la
calle, la mano amiga de muchos que aún sin conocerme se han hecho eco de
la desgracia difundiendo la información y me han alentado a no perder
la fe.
Volantes por todo el barrio, el pregón de los muchachos de los
colmados y negocios aledaños, el ojo del frutero que recorre todas las
calles día por día y la infaltable recompensa para despertar el interés
de muchos, todo con el único fin de dar con mi mascota o por lo menos
poner fin a la angustia del que siempre espera al que nunca llega. Todo
en vano.
Casi al borde de la desesperanza, decidí
esa mañana salir a caminar cada calle del sector hasta donde las fuerzas
y aquel sol Caribe en el mismo medio del emblemático Villa Mella me lo
permitieran. Zapatos deportivos, bermudas, franela fresca y una foto de
Gris donde se ve claramente el perro enorme y hermoso que es. Para
sorpresa mía la caminata y sol resultaron a fin de cuentas el menor de
los obstáculos; enfrentarme a la gente y sus críticas en mi propia cara
ante el afán detrás de pistas de un viralata cuando se supone que la
gente lo que quiere es salir de ellos, como si se tratara de una plaga.
Un señor montado en un motoconcho a punto
de partir con una pasajera, me pide casi hasta con un aire de lástima
por mí, que me olvide de ese perro que esos viralatas se enamoran y se
pierden atrás de una perra en calor, que a mí, que recién iniciaba la
caminata con mi mente positiva en dar con mi mascota, que desistiera y
rindiera todos mis esfuerzos y me sentara en la galería a ver si un día
cualquiera regresaba.
La joven, antes de darle la seña al
chofer para que arranque, mira la foto y no pierde tiempo en un vano
intento por desanimarme asegurando que si el perro no ha regresado a mi
casa, como lo hacen los callejeros, eso fue que lo envenenaron, porque a
fin de cuentas, afirma ella, “quien va a querer robarse un viralatas!”.
Insisto en mi búsqueda, entro en una
propiedad cercada donde escucho ladridos de un perro evidentemente
amarrado al que no alcanzo a ver y me la juego cargada de esperanza.
Ciertamente encontré perros amarrados, ninguno era mi Gris, pero en las
condiciones que los tenían eran deplorables. Salí de allí abrumada y
cargada.
Preguntar a vecinos y dueños de negocios
fue inútil. La única reacción que logré despertar fue la curiosidad de
todos por saber la raza del perro que yo buscaba con afán. El interés y
la mirada a la foto llegaban hasta que se trataba de un mestizo de la
calle. La pregunta constante de “es un chihuahua?” me costó seguir de
largo.
Entre el calor, los sudores, la
indignación y el desconsuelo de no conseguir noticias de Gris, regresé a
mi casa aturdida por la falta de educación de muchos, por lo
despiadados de los comentarios de otros que trasciende el hecho de
gustarle o no los animales pero que si debería albergar los límites del
respeto. Esperanzada porque encontré aliento en taxistas que se
detuvieron a mirar la foto, en señoras que decían entenderme y saber lo
mucho que se llegan a amar esos seres especiales y sobre todo porque el
amor incondicional de esos animales paga muy bien el esfuerzo.
Sigo mi afán. Mientras aparece o decide
regresar Gris, yo buscaré la vuelta para lidiar con la tristeza de mis
hijos al regresar de vacaciones y no encontrar a uno de sus perros
rescatados, de esos que mis hijos hablan con mucho orgullo y que cada
cicatriz o golpe de la vida encuentra en ellos un motivo más para
amarlos hasta siempre. No pierdo la fe contigo, Gris.
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