Como sacado
de los años de la Edad Media, vivimos un episodio oscuro entre la Iglesia
Católica y Profamilia al que sólo le faltan hogueras, horcas y guillotinas para
completar el cuadro de la época.
Cuando
pensábamos haber superado el oscurantismo de la iglesia, los papeles ocultos en
el Vaticano, los secretos que mueren entre los muros de los templos, las
denuncias que se callan entre obispos y sacerdotes y cuando se respira un aire
menos europeo allí con el papado de Francisco, la Iglesia vuelve a dejar claro
que se ha quedado rezagada sobre el andar agitado de estos tiempos que mas que
andar parecen volar. Ha concedido razón a los holandeses que han decidido
cerrar iglesias para abrir bares y centros de diversión por la falta de
feligreses en misa.
Resulta
ilógico oponerse y condenar la educación sexual en nombre de la religión. Me
parece muy cuesta arriba pensar que la iglesia quiera resolver el grave
problema de las adolescentes embarazadas, de los abusos sexuales, las
violaciones, de la mortalidad de jóvenes embarazadas, las enfermedades de
transmisión sexual, los abortos clandestinos, la natalidad sin control, por
contar sólo algunos, sólo con exigir abstención en estos tiempos o ahogar las
hormonas y rebeldía en las plegarias.
Negarse a eso
es contribuir, precisamente, a que la gente viva llena de miedo a lo
desconocido y alimentar mitos y tabúes que nada aportan a la sociedad ni al
desarrollo de la gente. Ningún pueblo se ha abierto camino dejando a un lado la
educación en todas sus vertientes. La sexual no es la excepción. Con tantas
áreas indescifrables, la educación sexual se presta para todo tipo de
confusiones que cobran un alto precio a quienes son víctimas de la ignorancia
que se les obliga en nombre de lo divino.
Hablar de
Profamilia es hablar de educación y la educación nunca sobra. No se sabe de
nadie a quien le pese o haga daño el conocimiento; y esa labor empieza desde
pequeños y para emprenderla hace falta prepararnos. Para hablar a nuestros
hijos cuando llegue el momento de preguntarnos y cuestionarnos como lo hacen
los pequeños de ahora, es necesario dejar el miedo y soltar la historia de la
cigüeña que estoy segura pocos nos creímos en su momento y sólo alimentó las
dudas y el misterio.
El
desenfreno, las orgías, el libertinaje y otras formas de depravación humana,
son otras cosas. Eso aquí no tiene espacio, aquí se discute de educación y de
la libertad de tomar decisiones que están destinadas a marcarnos toda una vida.
Si bien es cierto que hablar de sexo no es la solución, puramente tampoco lo es
repartir píldoras y condones, pero de la mano de la educación, de conocer lo
desconocido y tumbar el velo de misterio que resulta atractivo a los jóvenes,
apuesto a que mejoramos las cifras.
Mientras
tanto, yo voy a Profamilia porque apuesto a la educación. Ojalá del conflicto
la iglesia decida sacudirse. No anhelo grandes cambios, me conformo con el
mismo voto de silencio que voluntariamente asumen cuando estalla un escándalo
de pedofilia y todos callan entre sí. Oremos, hermanos!
@paochaljub
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